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El fallecimiento de Fidel Castro ha vuelto a generar debate en torno al legado del histórico líder cubano. Sin embargo, más allá de la obtusidad de ciertos mal mallados sectores progresistas –inertes frente a los dramas del supuesto paraíso socialista– la realidad es que la Revolución castrista ha pasado a ser una idea reaccionaria. El Gobierno cubano es la principal barrera que imposibilita que en Cuba se arraiguen otras revoluciones, como la informática, la democrática o acaso una revolución del emprendimiento o de la innovación.
Personificando este estadio retrograda, Castro se convirtió precisamente en aquello que alguna vez juró combatir. Pasaron más de cinco décadas desde su gesta libertadora o redentora, y sin embargo Cuba continúa siendo una isla aislada (valga la redundancia), estancada, y sumida en la miseria de nivelar todo para abajo. La dignidad que la Revolución le habría devuelto a los cubanos ya no está. Lo cierto, tal como lo sintetizó The Economist, es que Castro fue un marxista por conveniencia, un nacionalista por convicción, pero sobre todo un caudillo por vocación. Un dictador que nunca pudo dejar su adicción por comandar y dirigir el destino de millones de personas.
Sin ir más lejos, me gustaría ilustrar mi punto de vista en base a mis experiencias personales en La Habana. En febrero de 2010 visité la capital para participar del Modelo de Naciones Unidas de la Universidad de La Habana, una conferencia juvenil mediante la cual pude conocer a chicos de mi edad, y conocer la ciudad de la mano de locales. Con este propósito, me remito desde ya a mi experiencia subjetiva, y particularmente a mis intercambios con los cubanos. Continuar leyendo «Mi experiencia en la Cuba castrista»