Artículo Original. Publicado también en INFOBAE el 29/05/2019.
El 24 de mayo se confirmó que Estados Unidos enviará un contingente de 1500 tropas a Medio Oriente para contrarrestar lo que se percibe como la amenaza de Irán. Por otra parte, ese mismo día, la administración de Donald Trump aprobó la venta de armamento avanzado a Arabia Saudita por 8 mil millones de dólares. El gabinete del presidente no buscó la aprobación del Congreso, argumentando que la situación con Irán es crítica y amerita medidas urgentes para salvaguardar la seguridad nacional. Se espera entonces que los sauditas reciban armamento inteligente, especialmente munición para bombas guiadas (PGMs).
Estas medidas responden a los hechos del 12 de mayo, cuando cuatro buques petroleros, dos sauditas, uno noruego, y otro emiratí, sufrieron atentados en las costas de los Emiratos Árabes Unidos, en el Golfo pérsico. Fuentes gubernamentales en Riad y Abu Dabi, con el apoyo estadounidense, hablaron de sabotaje y culparon directamente a Irán. Investigaciones posteriores habrían revelado que dichos incidentes fueron provocados por cargas explosivas debajo de la línea de flotación de los buques. Según la tesis en boga, estos atentados tienen como protagonistas a los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica, el brazo terrorista de las fuerzas armadas iraníes. Por su parte, el Gobierno iraní afirma que estos hechos responden a una operación de falsa bandera, o sea, a una maniobra encubierta para culpar deliberadamente a Irán de algo que no hizo.
En concreto, aparte de lo ya mencionado, este desarrollo llevó a Washington a despachar una flota liderada por el portaviones USS Abraham Lincoln al Golfo, donde la armada condujo ejercicios militares. Más allá de que existe posibilidad de conflicto, el riesgo geopolítico gira en torno al estrecho de Ormuz, probablemente el cuello de botella más relevante en la ruta del petróleo. En vista de estas controversias, ¿qué nos dicen las tensiones acerca de la posibilidad de guerra?
El eje de la cuestión: el estrecho de Ormuz
En primer lugar, si bien las autoridades iraníes vocalizaban hace tiempo la posibilidad de cerrar Ormuz, dicha amenaza se tornó más seria luego del 22 de abril. Ese día, el secretario de Estado Mike Pompeo advertía que se acababan las excepciones a las sanciones impuestas por Trump en noviembre de 2018. También aclaraba que, en lo sucesivo, Estados Unidos castigaría comercialmente a aquellos países que continúen comprando petróleo persa.
Las sanciones de noviembre redoblaban la ofensiva económica contra Irán, pero a su vez, en cierta forma, reconocían que los principales compradores de Irán no podían cambiar de proveedor de la noche a la mañana. Con el último anuncio de Pompeo esta salvedad pierde vigencia. Según afirman reportes de prensa, desde noviembre hasta la fecha solo Grecia, Italia y Taiwán han reducido sus importaciones de petróleo iraní, pero Japón, Corea del Sur, India, Turquía y China continúan sus negocios habituales.
En este contexto, el 8 de mayo Irán anunció que desconocería los puntos fundamentales del acuerdo nuclear (JCPOA) de 2015 si Trump no daba marcha atrás con las sanciones. Esto significa que Irán comenzaría a obviar las cláusulas que imponen límites a las actividades con agua pesada y uranio enriquecido: ingredientes clave para la bomba. Además, el Gobierno iraní postuló que, en caso de verse privado de utilizar el codiciado estrecho, ya nadie podrá utilizarlo tampoco. Asumiendo que Irán tenga la capacidad de llevar a cabo este bloqueo (y mantener clausuradas las aguas para los cargueros), el precio del crudo aumentaría exponencialmente. Según los analistas, las consecuencias para la economía global serían catastróficas. Por Ormuz transita aproximadamente el 30 por ciento del tráfico marítimo de petróleo.
Como los iraníes tienen en claro que no pueden ganarle a Estados Unidos en un combate naval convencional, utilizarían centenas de lanchas ligeras (Seraj y Zolfaqar), implementando una suerte de “táctica de colmena”. Cual enjambre, las lanchas se abalanzarían por decenas sobre sus objetivos y se replegarían rápidamente para volver a molestar a la brevedad. También desplegarían minas submarinas y utilizarían misiles anti-nave lanzados desde tierra (ASMs).
Aunque es poco probable que Irán pueda controlar el estrecho indefinidamente, especialmente dado el frente común que se materializaría ipso facto entre Washington y las capitales sunitas, acciones de esta índole ya provocarían estragos en las finanzas. Por ejemplo, dejando de lado el precio del petróleo propiamente dicho, con tal precedente el precio de las aseguradoras navieras se iría hasta las nubes. Hace diez años se produjo una situación similar a raíz del boom de la piratería en el golfo de Adén (Somalia), y no obstante allí no hubo guerra.
Desde la perspectiva estadounidense, dejando de lado los atentados contra los buques, la decisión de enviar naves de guerra a esta zona caliente tiene el fin de evitar que los iraníes efectivicen sus amenazas. Según una estimación, el costo de limpiar minas submarinas en Ormuz podría superar los 230 mil millones de dólares. Esto sin contar las pérdidas devenidas por el costo de oportunidad perdido de no poder exportar (o importar) petróleo árabe.
En definitiva, el portaviones Lincoln y sus escoltas son un elemento disuasorio. La tesis de los aliados apunta a que los atentados contra los buques petroleros gesticulan la amenaza de Teherán, o lo que puede ser visto como un tiro de advertencia. En este planteo, interpretando el análisis de costo-beneficio de los iraníes, los analistas dicen que bloquear el estrecho resulta poco viable. Sería una acción de último recurso porque pondría de manifiesto la posibilidad de una guerra propiamente dicha. Por eso, sería más fácil y costo-eficiente sabotear o dañar insubstancialmente a los cargueros petroleros que pasan por el estrecho. Además, no sería coincidencia que el ataque se haya producido en aguas cercanas al puerto de Fuyaira. Allí termina el oleoducto ADCOP proveniente de los pozos onshore de Habshán, precisamente con el propósito de saltearse el estrecho de Ormuz y así mitigar el riesgo geopolítico que supone un conflicto con Irán.
¿Una operación de falsa bandera?
Ahora bien, por otro lado, haciendo caso omiso a mi desconfianza y rechazo por las teorías conspirativas, las circunstancias en el Golfo sí dan pie a la hipótesis de falsa bandera. Bajo el liderazgo del príncipe Mohamed bin Salman, en los últimos años Arabia Saudita viene demostrando una transgresora falta de escrúpulos en sus manejos internacionales, y es sabido que el joven heredero –líder de facto del reino– es impulsivo, impaciente, y quiere “descabezar a la serpiente” (iraní).
En 2015 Salman se involucró en la guerra civil de Yemen, liderando una coalición sunita para luchar contra el movimiento de los hutíes. La mayor parte de las operaciones militares sauditas comprenden bombarderos y ataques aéreos en áreas urbanas en el oeste del país, en territorio controlado por los milicianos chiitas. En ojos occidentales, la campaña saudita es sumamente controversial por dos razones. Por un lado, expertos castrenses aseguran que las operaciones son ineficaces y que el mando saudita es incompetente. Tras cuatro años de bombazos, Riad no está un paso más cerca de alcanzar sus objetivos militares. Por otro lado, esta impericia se refleja en poco o ningún cuidado por distinguir entre blancos civiles y militares, y un bloqueo que imposibilita la llegada de alimentos y medicinas.
Luego está el caso del primer ministro libanés, Saad Hariri, retenido contra su voluntad en Riad en 2017, y forzado a presentar una renuncia que luego fue desdicha. La casa real saudita es benefactora de Hariri, y siente que este no cumplió su parte del trato en lo que respecta a socavar la influencia de Hezbollah. Por último, puede mencionarse el notorio asesinato del periodista Jamal Kashoggi en la embajada saudita en Estambul el año pasado. Agencias de inteligencia creen que Salman ordenó este crimen alevoso que ni siquiera respetó el decoro de las sedes diplomáticas.
Estos antecedentes hablan de la falta de escrúpulos del Gobierno saudita. Aunque al príncipe los tiros le salen por la culata, parece claro que no escatima esfuerzos para cuidar la reputación del régimen y batallar a Irán. En este sentido, volviendo a las premisas, las últimas decisiones de Estados Unidos son muy favorables para los intereses sauditas. Mohamed bin Salman quiere acabar con el problema iraní de una vez por todas, pero entiende que esto no es posible sin la participación directa del músculo norteamericano.
Estados Unidos e Irán no quieren guerra
Mientras tanto, no hay motivo para suponer que estamos ante una guerra. Otros incidentes recientes manifiestan el deteriorado estado de las cosas, como un cohete que cayó cerca de la embajada estadounidense en Bagdad el 19 de mayo, o ataques con drones a instalaciones petroleras sauditas el 14 y el 26 de mayo. Pero a falta de un detonador importante –léase un atentado a gran escala– Trump difícilmente pueda iniciar acciones bélicas en suelo iraní. Con halcones como John Bolton y Mike Pompeo en el gabinete de la Casa Blanca, cabe suponer que Estados Unidos respondería con fuerza a un ataque, siempre y cuando sea uno de esos que acaparan titulares.
El poder ejecutivo es fuertemente cuestionado por el Congreso, cuya bancada demócrata mira con preocupación el afianzamiento de relaciones con Arabia Saudita. A partir del caso Kashoggi, comentaristas, analistas políticos y académicos movilizaron a la opinión pública para pedir la cancelación de los contratos con Salman y compañía. De este modo, los partidarios de Barack Obama aseguran que los sauditas están llevando a Washington a embrollos de los cuales costará salir.
Entre tanto, las principales autoridades políticas iraníes dejaron entrever ciertas declaraciones moderadas dentro de las copiosas amenazas de siempre. El año pasado el líder supremo Ali Jamenei les prohibía a sus servidores hablar con contrapartes estadounidenses. Sin embargo, el 26 de abril, el ministro de Exteriores Javad Zarif apareció en Fox News, la cadena favorita de Trump. Y, el 19 de mayo, el presidente Hassan Rouhani anunció que “la paz con Irán es la madre de toda paz”. Más significativo aún, el 21 de mayo el ministro de Inteligencia Mahmoud Alavi dijo que Irán tenía que demostrar “flexibilidad heroica” para sobrevivir.
El 28 de mayo el Gobierno iraní comunicó que no ve posibilidad de encaminar negociaciones con Estados Unidos, pero, así y todo, esta serie de comentarios deja por sentado que un enfrentamiento directo sería sumamente perjudicial y desfavorable para Irán. De hecho, el dialogo podría estar ocurriendo entre bambalinas. Una cosa son las posiciones que se ventilan públicamente, otra muy diferente los intereses.
En lo sucesivo, al menos en el corto plazo, salvo que se produzcan accidentes, cabe suponer que las tensiones se mantendrán calientes sin por ello despertar una guerra a gran escala.