Trump en la cumbre de Helsinki: ¿rendición o pragmatismo?

Artículo Original. Publicado también en INFOBAE el 23/07/2018.

El presidente estadounidense Donald Trump estrecha la mano de su contraparte rusa, Vladimir Putin, durante la cumbre de Helsinki celebrada el 16 de julio. Mientras que algunos analistan observan que la cumbre es un hito necesario para reactivar las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, otros señalan que el comportamiento de Trump fue bochornoso. El balance del evento posiblemente se encuentre entremedio de estas posiciones. Crédito por la imágen: Pablo Martinez Monsivais / AP.

El 16 de julio Donald Trump se reunió con Vladimir Putin en Helsinki, en el primer encuentro oficial entre los mandatarios de Estados Unidos y Rusia en ocho años. El evento ha levantado controversia entre diplomáticos y analistas, y mientras algunos lo interpretan como “histórico”, otros advierten que el suceso ha sido trágico, lamentando particularmente el comportamiento de Trump de cara a su contraparte rusa.

A mi modo de ver las cosas, el balance de la cumbre proviene de entremedio de estas posiciones. Por un lado, la única forma en la que Washington y Moscú pueden plantear objetivos en común es médiate la cooperación. Por otro, no deja de ser cierto que Trump “reservó su cara más amable” para Putin, a quien los servicios de inteligencia occidentales culpan directa o indirectamente por interferir en procesos electorales extranjeros.

Si bien la cumbre representa un hito necesario en política internacional, Trump no hizo gala de la bravura que lo caracteriza, dándole a los rusos señales de apaciguamiento equivocadas. Por ello, conviene analizar los distintos argumentos sobre las implicancias de la cumbre, y preguntarse si realmente ha tenido algún impacto práctico más allá de los apretones de manos.

En primer lugar, Helsinki ha dejado un saldo amargo en los círculos relevantes de Estados Unidos. Durante la conferencia de prensa, Trump se rehusó a reconocer la presunta injerencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016, reiterando en cambio la necesidad de estudiar los emails de Hillary Clinton. No por poco, Trump claramente les faltó el respeto a los servicios de inteligencia de su país. Se trata de un acto sin precedentes por parte de un presidente estadounidense, profese la ideología que fuese. A los efectos prácticos, en esta discusión no interesa tanto si Rusia interfirió (o no) en las elecciones de otros países. Lo que realmente importa es el hecho de que la comunidad de inteligencia así lo cree.

A decir verdad, desde que fue candidato, Trump siempre mostró desconfianza frente a la labor de agencias como el FBI o la CIA, minimizando la evidencia señalando foul play (“juego sucio”) por parte de Rusia. En cambio, el presidente parece contemplar esta información como si fuera una trampa; parte de una conspiración armada por el establecimiento político, y sobre todo por la bancada demócrata, que lo quiere ver fracasar. Sin ir más lejos, Trump dijo literalmente –al lado de Putin– que “como presidente no puede hacer decisiones de política exterior como parte de un esfuerzo inútil para apaciguar a los críticos partisanos, a los medios, o a los demócratas que no quieren nada salvo resistir y obstruir”.

En otro acto de brutal honestidad y no obstante falta de cuidado atroz, Trump dijo que “Estados Unidos ha sido tonto”, y que “todos tenemos la culpa” por la falta de diálogo entre las partes. Estos y otros comentarios autocríticos sobre Estados Unidos, pero elogiosos para Rusia, muestran una situación inaudita. Por si fuera poco, durante la conferencia de prensa Putin también tuvo su momento de sinceridad, y ante la pregunta de un reportero confesó su preferencia por una administración liderada por Trump y no por Clinton. Con este telón de fondo, por parafrasear a The Washington Post, “las inseguridades personales del presidente [Trump] han dañado la habilidad del Gobierno [estadounidense] para responder a amenazas a la seguridad nacional”.

De acuerdo con muchos periodistas y funcionarios de Estados Unidos, la participación de Trump en Helsinki toca lo bizarro y payasesco. Si Trump quiso mostrarse macho e inteligente, terminó por reforzar la impresión de que es el monaguillo de Putin. En palabras del senador John McCain, y el exembajador ante Rusia, Willian J. Burns, la conferencia de prensa fue el espectáculo más vergonzoso hecho por un presidente estadounidense en la escena global del que se tenga memoria.

En mi opinión, tal como expresa Stephen Walt, ícono del neorrealismo en la disciplina internacionalista, la participación de Trump habría sido más productiva si hubiese llegado a Helsinki desde una posición de fortaleza. Quizás, si hubiese mostrado el mismo carácter confrontativo que mostró para Kim Jong-un, el magnate habría podido ejercer más influencia a la hora de hacerse respetar. Walt simpatiza con Trump por su desacato a las convenciones políticas en materia internacional, y sobre todo sus críticas a la expansión de la OTAN. Sin embargo, aunque Estados Unidos no es un actor inocentemente pasivo en el mundo del espionaje, alguien como Walt reconoce que lo que Washington haga no debería ser interpretado como un permiso para que los rusos retruquen haciendo lo mismo. En este sentido, la crítica que aúna a los detractores del presidente se centra en remarcar que, con sus palabras, Trump parecía reivindicar el comportamiento estilo matón con el que muchos de sus compatriotas suelen describir a Putin.

«Cómo ve Donald Trump la cumbre de Helsinki» (izquierda) / «Lo que vimos todos». Caricatura de Kevin Kallaugher («Kal») para The Econommist.

A mi entender Trump podría haber reconocido las preocupaciones en boga entre espías y analistas, y simultáneamente enfatizar la necesidad de mejores relaciones con el Kremlin para fijar o renegociar las reglas del juego. La agenda bilateral ocupa temas de alta trascendencia política, como pueden ser el desarrollo de misiles balísticos, el emplazamiento de ojivas nucleares, la producción de energía, y la situación en Siria y en Ucrania. Las cumbres entre Estados Unidos y la Unión Soviética (luego Federación rusa) históricamente han servido para enmarcar ciertas reglas del ajedrez internacional, especialmente en cuanto al uso de arsenal estratégico y de destrucción masiva. Pero gracias a su comportamiento atípico, Trump opacó cualquier avance que podría haberse dado durante las conversaciones secretas, dando pie a la percepción de que la cumbre fue ante todo “una cita cara a cara entre los presidentes de Estados Unidos y Rusia”.

Incluso si a puertas cerradas Trump y Putin acordaron un pacto de caballeros, por ejemplo para desescalar la violencia en zonas de conflicto, el hecho aquí es que el líder estadounidense ha perdido credibilidad ante el establecimiento diplomático, las agencias de inteligencia, y una parte significativa del espectro político.

Por otro lado, la segunda mirada que se hace a la cumbre de Helsinki sostiene que el desenvolvimiento de Trump no representa ninguna rendición, pero más bien el pragmatismo del magnate hecho presidente.

Para esta mirada, el republicano se ve reflejado en el hombre fuerte de Rusia, y cree intuitivamente que lo único que se logra desafiando a su adversario es provocarlo. No es secreto que Trump siente más admiración y simpatía por figuras de Estado autócratas que por líderes democráticos del llamado mundo libre. Teniendo en cuenta la histórica rivalidad entre las superpotencias, partidarios de esta mirada plantean que la estima que Trump reserva hacia Putin podría capitalizarse como una ventaja, para así aminorar la tensión entre ambos países.

Por descontado, y sin entrar en valoraciones morales, esta postura es más providencial hacia los intereses rusos. Así como sugiere Paulo Botta, “la reunión entre los presidentes no debería ser vista solamente como un evento que genere resultados grandilocuentes, sino más bien como un punto de partida que establezca las bases para reconstruir una desgastada relación bilateral que ha llegado a niveles bajísimos”.

Este análisis entiende que las injerencias de Rusia en el extranjero imitan el accionar de Estados Unidos en la arena internacional. En todo caso, desde una óptica realista de las Relaciones Internacionales, el espionaje es y seguirá siendo una constante inevitable en el juego de poder entre las potencias. Esta interpretación sugiere entonces que los imperativos geopolíticos, que casi por definición tienen proyección a largo plazo, adquieren prioridad o mayor relevancia que los escándalos pasajeros, más allá de su gravedad (o si en efecto Rusia se inmiscuyó en el sufragio estadounidense).

Esta perspectiva, representada por ejemplo en un artículo publicado por el Russian Institute for Strategic Studies, cita la pasada cumbre presidencial de Praga de 2010 –protagonizada por Barack Obama y Dmitri Medvedev– como un ejemplo de cooperación pragmática que llevó a la firma del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START III o “New START”). En lo sucesivo, pese al desarrollo de otros avances en relación con la política hacia Afganistán e Irán, Estados Unidos cometió “errores” que llevaron al empeoramiento en las relaciones. Según como se miren, estas equivocaciones son en verdad aciertos (dirían los neoconservadores) o a lo sumo verdades inconvenientes (dirían los realistas).

Lo cierto es que el vínculo bilateral comenzó a debilitarse con las sanciones que adoptó Washington en 2012 contra funcionarios rusos en relación con violaciones a los derechos humanos y la percibida represión política a opositores. Más recientemente, la expulsión de diplomáticos del Kremlin de Estados Unidos a razón del incidente (del agente envenenado Sergei) Skirpal, y la contramedida análoga adoptada por Rusia, reflejan la creciente desconfianza entre las élites políticas de cada país.

Para la mirada más cruda o pragmática, Washington y Moscú tienen mucho para ganar si dejan de lado estas “chicanas pasajeras” y se concentran en dar respuesta a desafíos comunes, cooperando en asuntos que hacen a la paz y la seguridad internacional, como el terrorismo, el crimen organizado, y la economía global. Así y todo, tal como argumenta George Chaya, Putin tiene claro que si bien ser amable con Trump tiene beneficios, este no va a hacer cualquier cosa por su contraparte rusa.

Pese al temperamento impulsivo y poco diplomático del jefe de la Casa Blanca, al final del día el presidente es sometido al escrutinio impiadoso del público y los comentaristas mediáticos. Aunque Trump centralizó el proceso de toma de decisiones en un pequeño círculo íntimo, sigue siendo el presidente de un país democrático que goza de libertad de prensa, y cuya política exterior suele estar influencia por los debates en el Congreso, en el Departamento de Estado, y en las usinas de pensamiento o think tanks. En contraste, Rusia tiene un sistema superpresidencialista en donde el líder se comporta como el zar de un imperio. Trump, aunque le duela, nunca va poder ostentar la dimensión unidireccional que tiene Putin sobre la dirección de su país.

Por esta razón, la dura respuesta que la cumbre de Helsinki suscitó en los pasillos de poder de Washington será una importante parte del legado de tal reunión. Después de semejante reacción, es probable que Trump intente esbozar una postura más acorde con las expectativas. Reportes de prensa indican que su gabinete (conservador) ya le habría pedido coloquialmente que arregle sus macanas. Ni siquiera Fox News fue tan amable con el presidente.

Por lo pronto, las críticas bipartisanas a su forma de encarar a Rusia dificultarán la reconciliación que busca el mandatario estadounidense. Mientras tanto, Putin muestra una vez más su indispensabilidad en la arena internacional. Posicionó definitivamente a Rusia como potencia; reivindicando el camino del pragmatismo a la hora de entablar negociaciones de alto calibre. No obstante, a veces las estrategias más efectivas involucran la proyección de fuerza y determinación para utilizarla. Con sus palabras y desconfianza a la OTAN, Trump corre el riesgo de perjudicar o desarticular el poder de disuasión de su país ante una potencia revisionista, que para bien o para mal busca corregir una situación internacional que percibe como hostil e injusta.