Artículo Original.
En las últimas semanas se produjo un intercambio interesante entre los expertos asociados del Begin-Sadat Center for Strategic Studies (BESA), un think tank conservador parte de la Universidad Bar Ilán. Por medio de una serie de artículos, tres expertos debatieron si la prospectiva destrucción del Estado Islámico (ISIS) es conveniente en términos de la geopolítica regional.
Efraim Inbar abrió la sesión planteando la pregunta polémica. Académico enfocado en asuntos estratégicos, y director saliente del BESA, Inbar puso en tela de juicio la conveniencia de derrotar militarmente al grupo yihadista más relevante de la actualidad. Su argumento, reducido a una oración, consiste en que un ISIS debilitado pero funcional no es relativamente tan peligroso, y que su misma presencia mantiene ocupados a los otros “malos” de la película, como lo son Irán, Siria y Turquía.
Por lo pronto, a los efectos de interiorizar más acerca de la presente crisis que envuelve a todo Medio Oriente, resulta conveniente detallar los argumentos de Inbar, como así también las respuestas provocadas por su artículo.
Para ser claros, Inbar no quiere un ISIS fuerte, pero proyecta uno con la suficiente influencia como para poder socavar los intereses de los Estados musulmanes aledaños a Irak. Piensa sobre todo en términos de minar la situación estratégica de Irán, Turquía, y los países del Golfo. Por eso, sugiere que la conveniencia política del ISIS estriba en su capacidad para molestar a los actores involucrados en la presente conflagración sectaria y geoestratégica. Dicho de otro modo, el supuesto califato evita que los Estados en cuestión rellenen lo que de otro modo es un vacío político, cosa que le daría la ventaja a un bando por sobre el otro. Yendo al grano, Inbar dice que, si el ISIS dejara de existir, Irán ocuparía su lugar, poniéndolo un paso más cerca de alcanzar la hegemonía que tanto desea.
Los siguientes párrafos dan cuenta de su idea:
El disgusto occidental por la brutalidad e inmoralidad del ISIS no debería obnubilar la claridad estratégica. Los del ISIS son realmente los tipos malos, pero sus oponentes difícilmente son mejores. Permitir que los tipos malos maten a tipos malos suena bastante cínico, pero es útil e incluso moral, si permite que los malos se mantengan ocupados, siendo menos capaces de hacerle daño a los buenos. La realidad hobbesiana de Medio Oriente no siempre presenta una elección moral pulcra.
A esto añade posteriormente:
La continuada existencia del ISIS sirve un propósito estratégico. ¿Por qué ayudar al brutal régimen de Al-Assad ganar la guerra civil siria? Muchos islamistas radicales en las fuerzas de la oposición, esto es, Al-Nusra y sus ramificaciones, podrían encontrar otras áreas en las cuales operar más cerca de París y de Berlín. ¿Está en los intereses de Occidente permitir el fortalecimiento del agarre ruso en Siria, y reforzar su influencia en Medio Oriente? ¿Es congruente con los intereses estadounidenses que Irán pueda realzar su control sobre Irak? Solo el disparate estratégico que actualmente prevalece en Washington podría considerar positivo el incremento de poder por parte del eje Moscú-Teherán-Damasco, mediante la cooperación con Rusia en la lucha contra el ISIS.
Finalmente, sin molestarse por ocultar el cinismo del cual hacía mención, Inbar aduce que, en tanto siga existiendo el ente yihadista, este actuará como un imán para los musulmanes radicalizados en todas partes. Los voluntarios del ISIS llaman la atención, facilitando el trabajo de las agencias de seguridad e inteligencia; y en la medida que viajen a combatir su guerra santa, más probabilidad habrá de que no regresen vivos, ahorrándoles a las capitales europeas un problema.
El segundo participante en este debate, suscitado gracias al comentario de Inbar, es el Dr. Eran Lerman. Se trata de un coronel israelí retirado, con experiencia ministerial, particularmente en lo vinculado con la seguridad nacional y la inteligencia militar. Lerman opina que la existencia continuada del ISIS vigoriza el deseo de Irán de convertirse en potencia regional. Lerman asevera que la postura tajantemente realista (en el sentido de la teoría de las Relaciones Internacionales) de Inbar falla en identificar los beneficios aparejados con la futura destrucción del ente yihadista.
Como el islamismo es “una versión o una perversión” del islam, el discurso políticamente correcto de los líderes occidentales ha optado por hablar de “extremismo violento”, cuando en realidad tendría que llamar a las cosas como son, por su nombre. Es decir, líderes como Barack Obama deberían dejar de esquivar los términos apropiados, y referirse al problema que representa la ideología islamista en el seno de la religión musulmana. Como cualquier otro “ismo”, el islamismo es una ideología nacida en la Edad Contemporánea. Y, como manifestación totalitaria, el islamismo es comparable con otros movimientos extremistas seculares. (En mi opinión no es adecuado adscribir el termino islamismo al Estado Islámico y a otros grupos dedicados a la yihad global, porque existen diversos matices.) Por ello, para Lerman la única forma de vencer a este mal es derrotarlo físicamente. Lo pone de la siguiente manera:
El reclamo de los islamistas a la supremacía no depende de la calidad de su interpretación religiosa, pero de la fuerza de sus acciones. Mientras que las tradiciones chiitas santifican a los derrotados en batalla, las sunitas no. La derrota total en el campo de batalla llevaría consecuentemente al colapso de las ideas que el ISIS representa.
Luego señala,
Destruir al ISIS y reemplazarlo, no por una represión respaldada por Irán –pero por elementos sunitas más ilustrados (como lo que hizo el general estadounidense [David] Petraeus cuando estableció la resistencia sunita, o Sahwa en Irak occidental) – lograría mucho más a los efectos de quebrantar la postura de Irán, que lo que lograría cualquier daño que un ISIS debilitado pueda causar.
Dicho esto, Lerman no ve contradicción entre los imperativos morales y los cálculos realistas. Los primeros son autoevidentes, y este observador enfatiza la situación de los kurdos, y especialmente aquella de los yazidíes. En segundo término, desde el punto de vista práctico, Lerman sugiere que considerar al ISIS un contrapeso a las aspiraciones de Irán es algo así como un traspié intelectual. Para él, esta contemplación “realista” por la cual las potencias cultivan a actores regionales para mantener a raya a Estados hostiles (lo que en la jerga internacionalista se conoce como “offshore balancing”), solo contribuye a perpetuar “este estado de ánimo problemático”.
Por esta razón, a diferencia de Inbar, que piensa que la estabilidad no es necesariamente algo bueno por sí sola, Lerman opina que lo más importante es diferenciar entre el “bando de la estabilidad” y el bando de los insurgentes islámicos radicales, que todo quieren destruir.
El tercero en sumarse al debate es Steven R. David, un profesor de ciencia política de la Universidad John Hopkins. Su argumento es esencialmente el mismo que el de Lerman, pero añade un corolario. Alega que Inbar subestima la capacidad que tiene el ISIS de entrenar a operativos para llevar a cabo atentados en todo el mundo. Plantea que los “lobos solitarios” tienen conexión directa con miembros del grupo yihadista, los cuales dirigen las operaciones desde su capital de facto en Raqa. En suma, sostiene que las capacidades del Estado Islámico trascienden el dominio de la mera atracción e inspiración. David expone que “es más fácil entrenar reclutas, preparar documentos falsos, y planear ataques en el país [nativo] de uno, cuando se está libre de la vigilancia policial”, y continúa diciendo lo siguiente:
Es importante notar que mucho del planeamiento y el entrenamiento para los ataques del 9 de septiembre se llevaron a cabo en la hospitalaria tierra de Afganistán. En respuesta, Estados Unidos derrocó al Gobierno talibán e instaló una fuerza de ocupación para asegurarse que dicho territorio nunca fuese utilizado nuevamente para tramar contra suelo norteamericano. La misma lógica debería aplicarse al califato del ISIS, el cual regularmente planea y dirige ataques terroristas contra Occidente y gran parte del resto del mundo.
Sintetizando su postura y la de Lerman:
¿Por qué el ISIS ha eclipsado a Al-Qaeda como la principal fuente de amenaza a Occidente y a la estabilidad global? En gran medida, esto se debe a la restauración del califato. Al-Qaeda se guardó el prospecto de semejante restauración para un futuro distante e incierto. El ISIS apela a aquellos que se excitan con la noción de que ya existe un califato establecido. En tanto el califato perdure, también perdurará la atracción del ISIS.
Si Inbar expone la más cruda visión de la realpolitik, David revela un lado más liberal, más idealista:
Si una colección de los Estados más poderosos del mundo no puede eliminar una amenaza latente contra sus intereses, acaso perpetrada por 30.000 fanáticos armados con poco más que con camionetas pick-up, la habilidad de Occidente de asegurar la seguridad de sus propios países– por no decir nada de la meta de un orden mundial liberal– es puesta en duda.
A modo de comentario final, sin decirlo explícitamente, Inbar publicó un artículo en donde habla del colapso en el arquetipo del Estado-nación árabe. La columna sugiere indirectamente que Lerman y David sobredimensionan la trascendencia que tiene el ISIS. Para Inbar, el islamismo debe ser visto como una tendencia arraigada, que viene ganando terreno incluso en los Estados más estables, como Arabia Saudita, Turquía, y obviamente Irán.
Inbar sostiene que hay que mirar las cosas con perspectiva. En este sentido, dice que el auge del terrorismo debe ser visto como una disrupción histórica al estatismo árabe. Relativamente nuevos, con la excepción de Egipto, los Estados árabes han fracaso en impartir identidades nacionales duraderas, cosa que da cuenta de las grietas étnicas, tribales, y sectarias que abundan en Medio Oriente. Este problema se materializó desde antes de la Primavera Árabe, en la proliferación de milicias armadas con intereses faccionarios, y con el debilitamiento del Estado como poseedor del monopolio de la fuerza, en Líbano, Irak, Somalia, y luego en Libia, Siria y Yemen.
En función de una mirada que yo llamaría culturalista, este israelí entiende, con cierto fatalismo, que existen pautas culturales que contravienen el avance de las instituciones modernas. Se refiere (a mi criterio correctamente) al peso avasallante que ocupa el islam en el discurso cotidiano de la calle árabe, y a la enorme popularidad de la que gozan los movimientos islamistas (aunque como Lerman, no hace distinción entre las distintas variables que presenta el islam político). Dado el arraigo del islam en la región, Inbar indica que el mensaje islamista cuanta con la ventaja a la hora de competir con otros cuerpos de ideas. Dado este contexto, la influencia islamista también se hace sentir en aquellos países considerados estables.
Desde esta mirada, Inbar resume su lógica “realista” de la siguiente manera:
Occidente puede hacer poco para cambiar esta [presente] situación. El cambio debe venir desde dentro. El intento ambicioso por “arreglar” Irak y Afganistán, que consumió inmensas cantidades de tesoro y sangre, terminó pese a todo en fracaso; lo que sugiere [que existen] límites a la ingeniería política. Una región atrapada en tendencias históricas como aquellas experimentadas por los Estados árabes no puede cambiar fácilmente.
Esto significa que los vientos malvados que soplan desde Medio Oriente se cernirán sobre el mundo como mínimo por unas cuantas décadas más. Occidente debe digerir este pronóstico crudo y adaptarse. Esto significará un cambio radical en la perspectiva estratégica occidental, y en las políticas contraterroristas que serán adoptadas.
En conclusión, la evaluación de Inbar –acertada o errada– es un disparador interesante para propiciar un debate más amplio y multidisciplinario. Sin embargo, este autor, profesor en Bar-Ilán, se olvidó de un detalle sustancial. Si hay un Estado que siguió su receta, en el sentido de que ha considerado al ISIS una conveniencia para “que los malos se maten con los malos”, es Turquía. No obstante, pese a que el Gobierno de dicho país trato de obstaculizar lo menos posible el accionar yihadista, la inercia de Ankara ante el califato no disuadió ataques contra suelo turco.
Así y todo, creo firmemente que Inbar tiene razón en una cosa: exista o no el ISIS, este no marcará la última expresión del yihadismo.