Seguridad de Israel: punto de consenso entre Rusia y Estados Unidos

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Vista del rastro de humo que dejo en el cielo un misil Patriot disparado por Israel para interceptar un caza de combate sirio que pentró el espacio áereo israelí, el 24 de julio de 2018. Al momento de escribir se desconoce la suerte final de los pilotos del Sukhoi-24 derribado. Este tipo de incidentes ponen de manifiesto el riesgo de que se produzca una escalación en el sur de Siria involucrando a Israel. Tanto Estados Unidos como Rusia están de acuerdo que tal escenario debe ser evitado. Crédito por la imagen: David Cohen / Flash90.

A propósito del encuentro entre Donald Trump y Vladimir Putin en Helsinki el 16 de julio, varios analistas tienen la impresión de que el ganador más claro ha sido Benjamín Netanyahu. Si bien Estados Unidos es tradicionalmente receptivo a las necesidades de Israel, en las circunstancias actuales los rusos también están manifestando una valoración positiva hacia dicho país.

A juzgar por la conferencia de prensa ofrecida por los mandatarios de las potencias, Israel representa un punto de consenso en la agenda. Trump aseguró que trabajará con su homólogo ruso para velar por la seguridad de Israel. Putin, por su parte, insistió en la necesidad de garantizar el statu quo (el cese al fuego) que sucedió a la guerra de Yom Kippur. Pero teniendo en cuenta que han habido y continuarán ocurrido incidentes de violencia, que podrían servir de catalizadores para una escalación en el sur de Siria, Washington y Moscú parecen acordar la necesidad de ofrecerle a Israel garantías para congelar o desacelerar las tensiones en la región aledaña a los Altos del Golán.

El acercamiento estratégico entre Rusia e Israel no representa ninguna novedad. Desde hace tiempo vienen produciéndose encuentros bilaterales frecuentes para coordinar las acciones que ambos países llevan a cabo en Siria, y limitar la injerencia de Irán en el vecindario. La última de estas reuniones se produjo el 23 de julio en Jerusalén, y fue protagonizada por el ministro de Exteriores ruso Sergei Lavrov y Netanyahu. Pocos días antes, el 11 de julio, Netanyahu estrechaba la mano de Putin y sus ministros en Moscú. 

Para contextualizar, podría decirse que Rusia tiene intereses que escapan a la inmediatez de lo que ocurre en el teatro de operaciones en cuestión.

Moscú quiere ser partícipe del gran negocio que representa la exploración y explotación de hidrocarburos en las costas israelíes. Llegará el día en que el gas israelí será transportado a Europa vía un gasoducto mediterráneo, de modo que para Rusia se hace conveniente tener buenas amistades en Israel. Si a esto se le suma la noción de que Israel es una de las naciones más poderosas del mundo, Moscú tiene suficientes motivos para ver sus intereses geopolíticos en Medio Oriente conectados a Israel de un modo u otro.

A diferencia del vínculo entre Estados Unidos e Israel, la relación entre este último y Rusia no necesariamente representa una asociación que trasciende intereses políticos y muestra cierta afinidad cultural. El consenso entre los analistas apunta a que la relación entre rusos e israelíes es más pragmática que otra cosa. Aunque gran parte de la ciudadanía israelí proviene de países de la ex Unión Soviética, el número de rusoparlantes en el Gobierno de Israel a lo sumo se refleja en reuniones de negocios expeditivas, sin necesidad de traductores oficiales.

El primer ministro Benjamín Netanyahu y miembros de su gabinete se rehunen en Jerusalén con la delegación rusa encabezada por el ministro de Exteriores Sergei Lavrov, el 23 de julio. Crédito por la imagen: Haim Zach / Oficina del primer ministro.

Esta realidad no excluye la existencia de vicisitudes, particularmente relacionadas con el potencial dañino que ciertas acciones israelíes podrían tener sobre los intereses de Rusia en Siria. La doctrina de seguridad israelí consiste en responder cualquier ataque con medidas retaliatorias mayores e inmediatas, alcanzando de este modo poder de disuasión. Esta dinámica explica, entre otros ejemplos notables, la destrucción de la mitad de las baterías antiaéreas en posesión de Bashar al-Assad, el 10 de febrero, consecuencia del derribamiento de un caza F-16 israelí horas antes. No obstante, la verdadera preocupación en Israel es la presencia de regulares e irregulares financiados por Irán, y la utilización que la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC) hace de instalaciones gubernamentales como la base área T4 en Hama (bombardeada por la aviación israelí en varias oportunidades).

Como advertía previamente en este espacio, pese a estar sujeto a la necesidad de responder fuego con fuego, el mando israelí debe prestar atención a los recados de Moscú para evitar complicar las relaciones sin necesidad. En este sentido, Rusia ostenta más influencia en las arenas del Levante que Estados Unidos, y si lo desea podría limitar la libertad de acción de Israel sobre los cielos sirios. Por esta razón, Israel no tiene permitido alterar el balance de poder al norte de su frontera. Más específicamente, no puede desmantelar la capacidad bélica de Damasco y Bashar al-Assad para combatir a la insurgencia rebelde e islamista.

Israel ha sabido desenvolverse con cautela, y como resultado –así como ya lo resalté en otro artículo– Irán estaría sufriendo retrocesos. Ya no solamente gracias a los ataques israelíes, pero quizás más importante, porque los rusos “están perdiendo la paciencia” con sus supuestos aliados persas. A diferencia de otros actores estatales involucrados en las debacles de Medio Oriente, Irán entrevera ideología con política, y su vínculo con Hezbollah se ha convertido en un lastre para quienes pretenden calmar la tormenta. El Kremlin percibe que el carácter contestatario de la milicia islamista apoyada por los ayatolás amenaza la estabilidad; la pax russa que Moscú quiere imponer en el tablero.

Por otro lado, la asistencia que prestaba Irán a Assad ya ha perdido utilidad marginal. Es decir, ya no hace la diferencia a los efectos de preservar la existencia del régimen sirio, cosa que sí probó ser cierta durante los primeros años de la guerra civil. Hoy en día, los proxies iraníes están asistiendo a las fuerzas de Assad a recapturar territorios en el sur del país, especialmente en torno a la provincia de Daraa, cerca de la frontera con Jordania. Pero el grueso del poder de fuego lo pone la aviación rusa.

Soldados del Gobierno sirio festejan luego de haber capturado la ciudad de Quineitra, ubicada en las cercanías de los Altos del Golan, el 19 de julio de 2018. Crédito por la imagen: Youssef Karwashan / AFP.

Hasta hace pocas semanas la región al norte de Jordania e Israel era un bastión rebelde dominado por el Ejército Libre Sirio (FSA). Inicialmente apoyado por los estadounidenses por ser un buffer (colchón) de contención contra las fuerzas del régimen, el FSA cumplía la función de prevenir la llegada masiva un número mayor de refugiados a territorio jordano. Sin embargo, a mediados de 2017 Trump pusó fin a la política de suministrar armas a grupos rebeldes que había impulsado su predecesor.

Estados Unidos, Rusia e Israel conceden que Assad continuará en el poder, siendo esta una realidad inevitable. Pero la presencia de Hezbollah a poca distancia de Israel presenta un dolor de cabeza que ninguna potencia está dispuesta a soportar. Sin embargo, volviendo a las premisas, continúan sucediendo incidentes que podrían suscitar una escalada.

El 23 de julio los israelíes estrenaron el sistema “Honda de David” (David’s Sling) en situación de combate. Se trata de un novedoso interceptor misilístico de mediano y largo alcance, diseñado para interceptar misiles crucero y drones. (UAVs). El sistema fue utilizado para interceptar dos cohetes lanzados desde Siria, pero no queda claro si el propósito de quienes lo dispararon era provocar a Israel. Más llamativo aún, un día más tarde, Israel derribó un caza Sukhoi-24 del régimen sirio, luego de que este penetrara el espacio aéreo israelí, posiblemente por error del piloto.

Los últimos incidentes revelan la inflexibilidad que Israel había prometido a la hora de defender su soberanía, sobre todo a los efectos de intimidar a sus enemigos, y hacer valer el cese al fuego posterior a la guerra de Yom Kippur. Por lo dicho anteriormente, aunque Israel se comprometió a medir sus respuestas sobre la base de los intereses rusos, la volatilidad de Medio Oriente hace que la hipótesis de un conflicto mayor en el sur de Siria cobre relevancia. Los generales israelíes discuten este planteo en conferencias, y algunos creen que es “cuestión de tiempo” hasta que estalle otra guerra provocada por Hezbollah.

Rusia no tiene razones altruistas para preocuparse por la seguridad israelí, pero no puede desentenderse de su derecho a la legítima defensa. En la medida en que Putin quiere reforzar la posición de Assad en el terreno y en la arena internacional, necesita minimizar la posibilidad que se sucedan este tipo de incidentes. El régimen sirio tampoco puede permitirse provocar a Israel; y consecuentemente arriesgar una intervención que –valga la redundancia– desestabilizaria la medida estabilidad que paulatinamente Damasco consigue por la fuerza (y a un costo humano terrible). En paralelo, si Assad quiere (lógicamente) beneficiarse del silencio de Estados Unidos y otras potencias, una polémica con Israel traería atención no deseada en Occidente. Cuando la guerra fratricida se calme, el Gobierno sirio dependerá eventualmente de la generosidad europea para reconstruir su país y congraciarse con reconocimiento internacional. Una escalada de violencia involucrando a Israel aplazaría estos planes.

El gran interrogante es hasta qué punto puede Assad navegar con independencia de la influencia iraní. Aunque Rusia tiene más peso sobre el proceso de toma de decisiones, también es incierto hasta dónde puede el Kremlin imponer una distancia entre los israelíes y los amigos de Irán. En la reunión del 23 de julio, Lavrov le habría ofrecido a Netanyahu garantías de que Hezbollah y compañía se mantendrán a cien kilómetros del Golán. Israel aceptó la propuesta con reservas, pues en público no quiere dar impresiones de debilidad que los iraníes puedan malinterpretar. El establecimiento de Defensa ha dejado en claro que no permitirá que Irán almacene armas estratégicas (de mediano y largo alcance) en la región, sin importar en qué sitio de Siria se encuentren.

No es realista suponer que Irán vaya a retirarse de Siria de la noche a la mañana, pero todo parece indicar que Israel logró persuadir a los más altos funcionarios rusos de la necesidad de generar una brecha entre Damasco y Teherán. Trump está de acuerdo con esta visión, y es evidente que su aproximación al asunto de Irán es tan directa como diplomáticamente indecorosa. Habiéndose retirado Estados Unidos del acuerdo nuclear (JCPOA), el prospecto de sanciones económicas, sumado al carácter impulsivo de un presidente que no busca el consenso antes de actuar, presenta un panorama sumamente adverso para el Gobierno iraní, enfrentado –vale la pena recalcar– a una economía estancada y a la sombra permanente de descontento popular.

Aunque en principio la seguridad de Israel y la estabilidad del sur sirio es un punto de acuerdo entre Putin y Trump, este último parece haberle entregado la batuta y el liderazgo a su homólogo ruso. Estados Unidos continúa sin hacer pública una estrategia para lidiar holísticamente con el escenario en el resto Siria, donde ya aparecen importantes fisuras entre Washington y Moscú. Mientras tanto, los israelíes de momento pueden dormir más tranquilos.

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