Artículo Original.
El 31 de mayo marca el cumpleaños número cien de Bernard Lewis, posiblemente el más reconocido historiador y catedrático del mundo islámico en vida. Nacido en Londres, es autor de más de treinta libros, y es una de las voces más influyentes en lo concerniente a los asuntos de Medio Oriente. Además de servir de tutor y guía a nuevas generaciones de especialistas, Lewis prestó consejo a diversas figuras de la política, y sus trabajos son ampliamente respetados en todas las latitudes del globo.
En vista de la ocasión, considero oportuno presentar una reflexión en apreciación de este pensador de primer orden. Aunque nunca tuve el enorme privilegio de conocerlo en persona, o de presenciar alguna de sus ponencias en vivo, conozco su obra bastante bien. Por ello, aunque sea de un modo figurado, puedo relacionarme con él a través de sus escritos: tal como sucede en la relación entre un narrador y su lector.
Por lo pronto puedo limitarme a decir que soy un confeso seguidor, y que, a mi modo, lo considero un guía y un mentor. Sus volúmenes contribuyeron considerablemente a mi decisión de buscar la especialización en Medio Oriente; y en tanto esto es cierto, creo que este sitio –este blog– no se habría gestado sin antes conocer yo su obra.
¿Qué hace a Lewis tan especial? Más allá de que cumple cien años, algo de por sí remarcable para cualquier individuo, es su trayectoria como escritor prolífico lo que le ha asegurado su lugar en el panteón de los intelectuales más importantes del presente. Su obra es indispensable para cualquier interesado en lo que acontece en el mundo islámico. La prosa de sus textos es exquisita, y su manera de aproximarse a la historia atrae tanto al lector experimentado como a quien no está del todo al tanto. Bastan motivos para leerlo, y esto, en base al contexto académico y periodístico en el cual me inserto, es particularmente cierto para América Latina, donde su obra no ha logrado el prestigio que alcanzara en Europa y en Estados Unidos.
Sin entrar en detalles, el interés de Lewis por Medio Oriente comenzó a una edad temprana, cuando se interesó por los idiomas orientales. Su perfil indagador le permitió ganar conocimientos no del todo comunes en un joven británico, mereciéndole el patronazgo de sus profesores, y una rápida carrera ascendente dentro del mundo de la investigación y la enseñanza. Lewis nació quince días después del icónico acuerdo de Sykes-Picot, y se desarrolló en un país con un imperio en decadencia, el cual precisamente requería de las competencias que Lewis podía ofrecer. Así es cómo eventualmente, gracias a su ímpetu por avanzar mirando hacia atrás, y por su capacidad de interpretar el presente en consonancia con el pasado, Lewis llegó a asesorar al Gobierno británico en materia de inteligencia, y pudo tener acceso sin precedente a los archivos otomanos. En lo sucesivo, se convirtió en un escritor aclamado, ganó prestigiosas posiciones académicas en Gran Bretaña y en Estados Unidos, y con ellas la admiración de varios jefes de Estado.
Tres cuartas partes de su vida representan su carrera profesional, y quienquiera que esté interesado en indagar acerca de ella –ejercicio que vale la pena– puede o bien buscar referencias en internet, o mejor aún, leer su autobiografía, la cual en sí misma es una obra magistral. Pero la vida y obra de Lewis queda mejor sintetizada por Martin Kramer, otro académico del ámbito; estudiante y amigo del británico centenario:
Bernard Lewis surgió como uno de los historiados más influyentes de la posguerra del islam y el Medio Oriente. Sus síntesis elegantes hicieron que la historia islámica sea accesible a un público amplio en Europa y en Estados Unidos. En sus estudios más especializados, fue pionero en la historia social y económica, y en el vasto uso de archivos otomanos. Su trabajo en el mundo musulmán premoderno divulgó las riquezas esplendidas de este, como así también su presumida autosatisfacción. Sus estudios en la historia moderna hicieron inteligibles los diálogos internos de los pueblos musulmanes en su encuentro con los valores y el poder de Occidente. Si bien el trabajo de Lewis demostró una notable capacidad para la empatía a través del tiempo y el espacio, se mantuvo firme contra el tercermundismo que llegó a ejercer una gran influencia sobre la historiografía de Medio Oriente. En la obra de Lewis, la tradición liberal en los estudios históricos alcanzó su ápice.
La relevancia de Bernard Lewis en América Latina
El párrafo anterior da cuenta de la relevancia del autor galardonado, y a mi criterio, justifica la necesidad de leerlo más a menudo en América Latina. En efecto, incluso con el alza en la demanda de libros sobre islam y Medio Oriente, sus textos raramente brillan en una librería. Hay pocas traducciones al español, y si las hay, no se encuentran con facilidad. Pero tomo la cita de Kramer por otra cuestión aledaña. La falta de difusión de Lewis en el mundo hispanohablante repercute en que este no se encuentre bien representado en la selección que los docentes les encomiendan a sus estudiantes.
En la medida que en América Latina el embate de la Guerra Fría implicó la proliferación de regímenes militares amparados o tolerados por Washington, entre los universitarios se gestó una tendencia predispuesta hacia una historiografía de izquierda, la cual, sobre todas las cosas, se centra en politizar la indagación académica. Esto sucede con notoriedad en el área de los estudios poscoloniales, que tratan de explicar los problemas del presente en los abusos de una potencia internacional, colonialista o imperial. El eje de esta perspectiva crítica estriba en estudiar el impacto social de los procesos de modernización, y las relaciones de poder entre los actores de la arena internacional.
En este campo, el principal rival dialectico de Lewis fue el célebre polemista palestino, Edward Said. Este antagonizaba con la interpretación que él y sus discípulos asignan a los procesos históricos, insistiendo, en balance, que estos autores, de extracción judía y/o europea, están sesgados por prejuicios eurocéntricos.
Visto a través la perspectiva difundida por Said, Lewis retroalimenta un discurso de dominación, servicial a los intereses de Estados explotadores. Esta acusación se produce porque el enfoque de Lewis, el cual yo llamo culturalista, opta por estudiar al mundo islámico en base a sus tradiciones, creencias y dicotomías, sin sopesar con especial detenimiento la experiencia colonial. Para la perspectiva culturalista, la experiencia colonial representa una de las tantas etapas que marcaron la convulsionada relación entre Occidente y el mundo islámico. Al caso, con todos sus abusos y consecuencias negativas, para Lewis y sus discípulos (incluido este autor) el colonialismo fue una breve contraofensiva que debe ser evaluada en el marco de un entendimiento más amplio de los acontecimientos humanos.
En Lewis, el islam constituye un marco referencial totalitario como omnipresente. Los fracasos de las sociedades musulmanas en su inserción a la modernidad son explicados en función de una disposición adversa hacia las innovaciones, principalmente en materia religiosa, cívica e institucional. Esta resistencia es a su vez un desenlace de la falta de discriminación entre una concepción de lo público y lo privado, y de lo secular y lo religioso.
La escuela culturalista, con Lewis a la cabeza, indica que las razones que explican la reacción brusca de los musulmanes, con muchos de los elementos del mundo moderno, se hacen evidentes a partir de los contrastes entre la historia cristiana y la experiencia musulmana. Por ello, sus obras sugieren que los cambios verídicos no se producen de la noche a la mañana; que la identidad y la cultura de una sociedad es el producto de un desarrollo sostenido en el tiempo, arraigado en creencias y tradiciones que difícilmente pierden vigor de un momento para el otro.
Interesantemente, este fue el primer autor en emplear el término “choque de civilizaciones”, el mismo que luego sería tomado prestado y popularizado por Samuel Huntington. En este punto, Lewis le dio rigor académico a la noción de que existen brechas hoy en día insalvables, mas no indefectiblemente perpetuas, entre el pensamiento islámico y el pensamiento occidental. Mientras que en Occidente existe una separación santificada entre clero y soberano, en el contexto islámico es impensable hacer política sin apelar a la religión, y es difícil hacer religión sin hacer política.
No es secreto que la posición de Lewis influenció la agenda de los neoconservadores estadounidenses. Dado este hecho, siendo que Lewis ha asesorado a funcionarios gubernamentales en Estados Unidos (y en otros países también como Egipto, Irán, Israel, Turquía y Jordania), se ha vuelto común desmerecerlo por sus afinidades antes que por la calidad de sus planteamientos. Asimismo, para algunos resulta molesto que, pese a no ser oriundo de Medio Oriente, este centenario sea considerado el experto más capacitado y consultado sobre lo que allí acontece.
El argumento de que Lewis legitima un discurso de dominación lamentablemente tiene peso en la mayoría de los pocos círculos académicos latinoamericanos que se ocupan de Medio Oriente, en una forma muy influenciada por el materialismo histórico. Como representante por excelencia de una historiografía que en esencia responsabiliza a los musulmanes por sus propios fracasos, Lewis fue el protagonista de debates tan relevantes hoy como hace treinta años. Sin embargo, gracias a la amplia aceptación del magnum opus de Said, Orientalismo (1978), en las facultades de Humanidades latinoamericanas existe un certamen que equipara “orientalismo” –termino original para catalogar al culturalista interesado en el Oriente– con imperialismo. Como resultado, los estudiantes de estas instituciones se han visto privados de un estudio honesto, acompañado por la obra de un gran docto de la historia.
Paradójicamente, si Lewis es un hombre prejuicioso, las críticas contra él provistas por los pensadores de tendencia poscolonialista son, a su vez, un mero reflejo de los prejuicios propios de estos últimos. Por ejemplo, en este blog he criticado con atención a Pedro Brieger y a Marcelo Cantelmi, periodistas argentinos que gozan de mucho estatus en el ámbito local, y que no obstante hablan sobre Medio Oriente extrapolando su conocimiento sobre la coyuntura latinoamericana a las latitudes árabes. Si Lewis está viciado por su enfoque, sus críticos no escapan del mismo desliz.
Pero hay una diferencia crucial, y estriba en que Lewis sabe de lo que habla. A diferencia de algunos de sus críticos más prominentes, es prodigio en idiomas, y su trabajo se arraiga principalmente en fuentes primarias: esto es, documentos tomados en sus idiomas originales. Incluso podría decirse que su marco referencial proviene más de escritos turcos, árabes y persas que de textos europeos, lo cual es mucho más de lo que se podría decir de tantos otros historiadores y comentaristas renombrados.
Desde la ética profesional, Lewis es verdaderamente un caballero inglés. Juzga a sus colegas en base a sus logros como investigadores e historiadores, y no así por su afiliación política o ideológica. La suya es una retórica regia que a mi criterio marca un ejemplo necesario. Desafortunadamente, son cada vez más los foros en donde un académico es prejuzgado de acuerdo con sus orígenes, y no así de acuerdo al rigor de sus ideas. Por ello, como gran librepensador que es, leer más Bernard Lewis –y en definitiva leer más en general– desarticula la noción atrofiada de que un académico necesariamente esconde intereses de clase, o algún tipo de intención por preservar un sistema de dominación.
El legado de un gigante
En perspectiva, el recuerdo de Lewis siempre estará vinculado con lo predictivas que resultaron ser sus palabras en cuanto al resurgimiento del islam en la política mundial. Lewis se hizo conocido hablando acerca del peso trascendental de lo religioso y del pasado, en tiempos en donde el nacionalismo secular parecía haber triunfado, marginalizando a los islamistas de Medio Oriente.
Por esta razón, no sorprende que el erudito haya saltado a primera plana una y otra vez. Por ejemplo, cuando se produjo la Revolución iraní en 1979, y cuando Al-Qaeda llevó acabo los ataques de 2001. En vista de los últimos sucesos, el auge del yihadismo justifica que su obra no haya perdido nada de sentido.
Por otro lado, a la par que Europa sufre las consecuencias de una política multicultural descontrolada, el auge del islam político en el Viejo Continente pone de relieve que el argumento central de Lewis es acertado. Lo que acontece es un resurgimiento de un antagonismo histórico entre Occidente y el Islam (con mayúscula, en el sentido del mundo islámico, la comunidad política de musulmanes); entre dos cosmovisiones que (aunque en un principio compartían muchas similitudes) permanecen marcadamente distanciadas.
Lo cierto es que el islam es la piedra angular de todo consenso, de toda discusión y medida en los países musulmanes, y tal como lo muestran sucesivas encuestas, es la principal fuente de identidad, y en gran medida incluso de derecho en dichos países. Al descubrir los textos de Lewis, el lector encontrará una voz honesta y empática a las disyuntivas de los medioorientales. Encontrará una mente lúcida que supo dar cuenta del pasado y el presente de tan perturbada región, y adelantar, como nadie ha hecho todavía, sus eventualidades futuras. Por esto y mucho más, Bernard Lewis es, con todo derecho, un historiador que hizo historia, y un maestro por quien este joven escritor se siente agradecido infinitamente.