Artículo Original. Publicado también en INFOBAE y en POLÍTICAS Y PÚBLICAS el 07/06/2018.
El seleccionado argentino de fútbol ha decidido cancelar el amistoso con Israel previsto para el sábado 9 de junio, previo al mundial. Según lo indican los reportes de prensa, la decisión de suspender el encuentro se debe a varios factores; entre ellos, el descontento de Jorge Sampaoli, el director técnico, por la aparente disrupción que el partido en Israel le suponía a la selección. Un motivo parecido llevó a cancelar un encuentro pautado con el papa en Roma. No obstante, trascendió que la razón más importante estriba en el miedo que sintieron los jugadores frente a las grotescas protestas de grupos propalestinos.
Este hecho ha generado mucha controversia, y ciertamente mucho enojo en Israel. Aquí se entiende que la decisión del equipo argentino representa una concesión al chantaje, retroalimentando así el vicio de emparentarlo todo con la política. En efecto, el episodio suma otra victoria para la campaña internacional de censura contra Israel, un país en donde el público nunca sabe si sus estrellas favoritas cumplirán sus compromisos, o si cederán frente a la presión del boicot y darán marcha atrás con sus presentaciones pautadas.
En este sentido, creo que el comportamiento de la selección es desafortunado, y deja mal parado al plantel deportivo por no cumplir lo prometido. Sin embargo, por otro lado, si bien las acciones palestinas son indignas y reprochables, el Gobierno israelí no ayudó a la hora de garantizar la calma. La decisión de la ministra de Cultura y Deporte, Miri Regev, de mover el encuentro de Haifa a Jerusalén terminó por convertir al partido en un evento político.
Las cosas comenzaron a ponerse calientes unos días atrás. El 4 de junio, luego de una manifestación en frente a la representación argentina en Ramala, el jefe del fútbol palestino, Jibril Rajoub, llamó al mundo árabe a quemar camisetas de Argentina y del FC Barcelona con el nombre de Leo Messi con motivo de protesta. Con este gesto amistoso, los organizadores de la campaña de boicot le pidieron al astro del fútbol que no “blanquee el racismo” de Israel con su presencia.
Rajoub aseguró que Israel se hubiera ahorrado el alboroto si mantenía Haifa como sede originalmente pautada para el partido. Creo que aquí tenía algo de razón. Dejando de lado posturas ideológicas, lo cierto es que la palabra Jerusalén despierta animosidades irreconciliables, especialmente en momentos tan sensibles como los actuales. Este año marca el cincuenta aniversario desde que el Estado judío conquistara (o liberara) la histórica ciudad de David. Además, el partido se habría producido en un contexto convulsionado en la política palestina. La inauguración de la embajada estadounidense el 14 de mayo pasado, a exactamente setenta años desde la independencia de Israel, despertó la indignación del mundo musulmán.
Por este motivo, sería deshonesto afirmar que las autoridades israelíes no quisieron capitalizar el partido para obtener réditos políticos, y legitimar a Jerusalén como capital judía ante el mundo –acaso mediante la simbólica foto del plantel argentino en el Muro de los Lamentos–. La ministra Regev simplemente no pudo resistir la tentación de marcar semejante gol. Pero desde luego, la jugada le salió mal. Así y todo, muchos israelíes interpretarán el episodio como aparente prueba de que Israel debe mantenerse firme frente a la adversidad de un mundo que no lo entiende.
Entrevista realizada por MDZ radio el 6 de junio de 2018.
Es importante tener en cuenta que el partido de fútbol es uno de los tantos eventos que se suspenden por presiones propalestinas, y eso tiene su impacto en la psique colectiva de la nación judía. En este aspecto, la decisión argentina quizás supone un precedente negativo en cuanto a la organización de la próxima edición de Eurovisión, la famosa competencia musical que los europeos celebran año a año. Israel, que acaba de ganar con la canción “Toy” de Netta Barzilai, será el país anfitrión en 2019. El Gobierno de Benjamín Netanyahu propuso que la sede sea Jerusalén, pero vistas las circunstancias es muy probable que varios países se opongan a tal designación. Si quemar camisetas de Messi dio el resultado esperado, basta imaginar qué sucedería con la quema de insignias nacionales europeas. En 2012, este prospecto convenció al Comité Olímpico de que era mejor prohibir un acto “pro Israel”, que en rigor tenía como objeto conmemorar a los once atletas asesinados en 1972 durante las Olimpiadas de Múnich.
Los europeos siempre han sido (lamentablemente) muy vulnerables a estas presiones, y siempre terminan cayendo ante la trampa palestina. Me refiero a la errada noción de que el “débil” siempre tiene la razón o la superioridad moral frente a un adversario más poderoso. Por lo pronto, la realidad es mucho más compleja y tiene distintos matices. Sin ir más lejos, volviendo a los hechos expuestos en la vidriera mediática, ¿justifica la política israelí (buena o mala) la quema de camisetas argentinas? Si el Gobierno israelí intentó politizar el amistoso (moviendo el evento a Jerusalén en este momento tan particular), los funcionarios palestinos definitivamente hicieron lo propio. El hecho de que Rajoub, un funcionario acreditado ante la FIFA, llame a quemar camisetas de un país que poco y nada tiene que ver con la política israelí debería ser motivo de preocupación, y no solo para los argentinos.
Frente a la ausencia de una solución política al conflicto, Rajoub, al igual que otros funcionarios, vienen buscando crear una realidad paralela mediante los deportes. Cuando el año pasado la FIFA se negó a sancionar a seis clubes israelíes ubicados en Cisjordania (los llamados territorios ocupados), Rajoub dijó que la FIFA arrastra la culpa por el Holocausto. En otras circunstancias, Rajoub organizó eventos deportivos en conmemoración de “mártires” que asesinaron personas inocentes. No menor es el hecho de que este hombre, además de tener la cartera deportiva, ejerce como secretario general del comité central palestino. De hecho, Rajoub se posiciona como potencial sucesor del presidente palestino Mahmud Abbas.
Este expediente demuestra que si de politizar el deporte se trata, el liderazgo palestino tiene mucho que enseñar. Es evidente que organizar el partido en Haifa hubiese sido más sensato desde un punto de vista pragmático, pero, aun así –de haber ocurrido esto– veríamos alborotos. Serían menos trascendentales, pero quienes demonizan a Israel no dejarían pasar la posibilidad de hacérselo saber al mundo. En esencia, el episodio con el partido de Argentina es una muestra de cómo la percepción popular sobre los conflictos internacionales queda supeditada al gran poder que tienen las imágenes en la era de la información.
Dicho esto, es fácil ponerse en el lugar de jugadores como Messi o Higuaín. El 5 de junio un pequeño grupo de manifestantes realizó una protesta afuera del predio donde se entrenaba el plantel que dirige Sampaoli en Barcelona. Las camisetas argentinas pintadas de rojo –simulando sangre– aparentemente lograron impresionar al equipo. Los jugadores de fútbol no tienen por qué entender de Medio Oriente o política internacional, y son tan susceptibles a las imágenes grotescas como el resto.
Sin embargo, de cara al futuro, la selección debería estar mejor asesorada. La integridad física del plantel no habría estado en riesgo. Los servicios de seguridad de Israel se habrían encargado de ello. En tanto los jugadores fueron amenazados por manifestantes propalestinos, las amenazas terroristas no impidieron que el fútbol europeo celebrará temporadas durante el apogeo del Estado Islámico (ISIS), y tampoco paralizarán el mundial en Rusia, pese a que grupos yihadistas amenazaron con cortarle la cabeza a Messi.
En suma, puede decirse que tanto israelíes como palestinos buscaron politizar el encuentro deportivo. Pero la mayor politización del asunto se produce ahora con la cancelación per se. El fútbol debería estar desligado de la política, y la decisión de la celeste y blanca terminó por ser servicial a quienes utilizan el chantaje para convertir al deporte en otro campo donde se libran batallas. Si nos remitimos a los tecnicismos, el partido se habría celebrado en un estadio ubicado en la parte occidental de Jerusalén, esa que la comunidad internacional reconoce como israelí.