Crónicas de Jerusalén: un retrato honesto de Israel

Artículo Original.

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Crónicas de Jerusalén es la última novela gráfica de Guy Delisle, un animador quebequense que se hizo conocido por relatar en cómic sus viajes. Delisle es su propio protagonista, y presenta sus andanzas con algo de humor, perspicacia, y también seriedad. Crédito por la imágen: Guy Delisle / Guy Delcourt Productions.

Los cómics no solo son ficción, superhéroes o supervillanos. Por el contrario, el género de la narración gráfica también tiene una veta política, la cual se ocupa de retratar la realidad según la percepción del autor. A diferencia de un registro tradicional, a los efectos de contar una historia, el cómic le da licencia al autor de ser creativo, de expresar con imagines lo que de otro modo expresaría con párrafos. Cuando el autor es ilustrador, puede causar impacto al instante con viñetas poderosas que dan cuenta de una circunstancia. Puede, si lo desea, exagerar o simplificar los rasgos faciales de los personajes, tratar los acontecimientos en blanco y negro o en colores, y dar un significado especial a cada trazo, y a cada página.

Guy Delisle es precisamente uno de estos autores. Es un animador y caricaturista oriundo de Quebec, la provincia francófona de Canadá, y ha ganado mérito y reconocimiento por sus crónicas de viaje. Retrató sus experiencias como viajero en Shénzhen (2000), Pyongyang (2003), Birmania (o Myanmar) (2007), y más recientemente, en Jerusalén (2011). Acabo de leer último este relato, y me gustaría compartir mis comentarios. Es una obra por demás interesante, que, si bien algunos ven como tendenciosa, yo veo como honesta, y tan viciada como cualquier otro diario de viaje producida por un turista, bloguero, o periodista.

Crónicas de Jerusalén narra la experiencia del autor en la Ciudad Santa, entre agosto de 2008 y julio de 2009. Casado con Nadège, una empleada de Médicos Sin Fronteras (MSF), Delisle y sus dos hijos pequeños se trasladan a Israel con el propósito de acompañar a mamá en su trabajo. En concreto, van a parar a un departamento en Beit Hanina, un barrio palestino en Jerusalén oriental. A Nadége la mandan a cubrir un puesto para ayudar a la población palestina, y Delisle, sin un empleo propiamente dicho, pronto comienza a merodear por las calles y recovecos de Jerusalén.

A través de sus periplos, Delisle traslada al lector con él, a ver las cosas con sus propios ojos. De este modo, vemos la relativa suciedad de Jerusalén oriental y las calles palestinas. Entre otras cosas, nos convertimos en testigos de la dureza de la barrera de seguridad israelí, y experimentamos lo difícil que es tener acceso a la Expalanda de las Mezquitas. Vivenciamos un recorrido por Mea Shearim, un barrio en Jerusalén habitado exclusivamente por judíos ultraortodoxos. También presenciamos el extremismo de los colonos israelíes, la visita del papa Benedicto, y las playas de Tel Aviv.

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Un colega mío, Eli Cohen, marca que Crónicas de Jerusalén es un retrato fallido de Israel, porque “Delisle solo cuenta una parte de la historia y forma una imagen que, cuanto menos, mueve a una fuerte confusión sobre el conflicto de Oriente Medio”. Sin duda, el lector se encontrará que Delisle se mueve por un entorno muy cercano al conflicto israelí-palestino. Vivir en Jerusalén oriental implica estar contiguo al embate entre colonos judíos y árabes, y al desmadre que se produce cuando se juntan soldados, manifestantes, extremistas, y periodistas militantes. Delisle está y pasea por lugares convulsionados, y comparte sus percepciones con el lector.

Eli opina que el caricaturista lamentablemente omite muchos hechos históricos indispensables para comprender la situación de Israel. Comparto a medias la opinión de mi colega. Desde el vamos estoy completamente de acuerdo en que tales datos serían convenientes. En efecto, yo soy uno de los primeros en criticar a periodistas y comentaristas por no hacer la tarea, y no estudiar antes de escribir o salir a hablar. Sin embargo, no estoy seguro hasta qué punto Delisle busca formar opinión con sus viñetas.

En la novela gráfica acepta de inmediato no estar familiarizado con el conflicto, y no conocer los altibajos de la región. El caricaturista es su propio protagonista, y se presenta como si fuera un Mark Twain del siglo XXI, un “inocente en el extranjero”. Así como opina Brad Mackay, un entendido del mundo del cómic, “fuera de su descripción de un par de incidentes de alto perfil que tuvieron lugar mientras estaba allí, Delisle evita ser políticamente estridente”. Deja que los “expertos” y los locales le expliquen la situación, lo que le permite evitar pronunciamientos directos de los cuales no pueda retractarse después. Es decir, a la par que deja que sus allegados le cuenten lo que está pasando, deja que estos, como un palestino, una empleada de MSF, y un cura, le transmitan en simultaneo al lector.

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En su reseña, Eli argumenta con justa razón que el trayecto de Delisle resulta sesgado. Su camino, es cierto, más de una vez lo lleva a conocer colonos religiosos, extremistas, y figuras opuestas a una conciliación con los palestinos. No obstante, no creo que la omisión haya sido intencional. Creo que el autor se limitó a mostrar lo que vio. Que esto es así queda en claro cuando, a poco de comenzar la trama, Delisle descubre el cinismo de algunos extranjeros que se mueven en el entorno de su mujer. Están los empleados de la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) dependiente de Naciones Unidas, que, según el autor, son conocidos por organizar fiestas increíbles todos los meses. Delisle observa asimismo que, pese al descuido de su barrio, los funcionarios árabes, y los empleados de las organizaciones internacionales como la OCHA, viven como reyes. Y, lo que es más entretenido, pese a la posición militante de la gente de MSF, que le prohíbe comprar en los asentamientos israelíes, los propios árabes compran allí.

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Me da la impresión que Delisle, si hubiera estado mejor enterado de la realidad en el terreno, quizás hubiera ido a recorrer el país más extensivamente, encontrándose con mayores matices y personajes representativos más variados. El caricaturista se topó con hombres arquetipos de los judíos religiosos extremistas porque recorrió Cisjordania. Tal vez si hubiera recorrido la Franja de Gaza, o si se hubiera topado con arquetipos de los musulmanes extremistas, en este campo su trabajo hubiera sido más equilibrado.

A lo largo de la novela gráfica de 330 páginas, Delisle muestra su interés sincero por nutrirse de todos lados. En un momento, toma un tour de la ciudad palestina de Hebrón junto a su esposa, y lo hace de la mano de Breaking The Silence (Rompiendo el Silencio), una ONG israelí, de corte pacifista, que reúne testimonios de soldados israelíes, sobre los excesos del ejército en los territorios ocupados. Desde lo personal allí me sentí identificado con el registro de Delisle. Yo también tomé un tour de Hebrón organizado por una organización pacifista, y vi prácticamente el mismo paisaje desolado. Pero interesados en escuchar la versión del otro lado, Delisle y su esposa luego toman un tour similar organizado por los colonos.

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Bien, en todo caso, el retrato que Guy Delisle hace de Israel también deja trazos muy positivos. Por ejemplo, en una ocasión reflexiona, mientras lee un periódico, que “para un extranjero que vive en Israel es muy sorprendente ver la libertad de expresión de los periodistas locales”.

En otro ejemplo, el caricaturista aprovecha su estadía para llevar su portafolio a tanto israelíes como palestinos. Primero, dicta una serie de talleres sobre cómics en ciudades palestinas. Va a Nablus, a Ramala y a Jerusalén, y luego, desde el lado israelí, a la Universidad de Tel Aviv. Delisle nota que los palestinos no están familiarizados con la cultura del cómic, y que difícilmente conocen autores prominentes. En Nablus, caldo de cultivo de terroristas, la gente incluso sale despavorida cuando proyecta dibujos de desnudos en la pantalla. En la Universidad de Al-Quds en Jerusalén, el protagonista trata con una estudiante que le dice “no puedo dibujar cosas que van contra mi propia religión”. En contraste, en Tel Aviv se sorprende por lo mucho que saben los jóvenes acerca de su mundo y su trabajo.

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Dejando de lado las consideraciones de índole política, desde el punto de vista artístico, está más que claro que Crónicas de Jerusalén es una pieza de creatividad. Es el primer racconto de Delisle en color, y tal como señala Mackay, aunque los colores son tenues, son poderosos. Utiliza el azul y el marrón para ilustrar el paisaje de las calles mundanas, y se reserva los amarillos y los rojos para remarcar sucesos de acción, como explosiones y disparos.

En definitiva, hago mías las palabras de Elí Cohen cuando dice que Delisle puede contar lo que quiera, porque al ser un viajante, un autor independiente, “no se le puede exigir ni la objetividad ni el rigor que pediríamos un informe técnico o a un reportaje”. Como bitácora, su registro es tan parcial y subjetivo como cualquier otro. Como dice el refrán, “la belleza está en el ojo del espectador”.

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