Artículo Original.
En abril de 2017 Estados Unidos atacó una base aérea siria en respuesta al supuesto uso de armas químicas por parte de Bashar al-Assad. Un año más tarde, Washington vuelve a bombardear intereses del régimen sirio para así castigarlo por utilizar el mismo tipo de armamento. En concreto, el último ataque estadounidense de produjo el 13 de abril y contó con la participación de Francia y Reino Unido, países que sumaron su apoyo para condenar el presunto empleo de gas cloro seis días antes contra la población civil de Duma, ubicada al noreste de Damasco.
Según el Pentágono, los objetivos escogidos fueron un centro de investigación en Damasco que estaría vinculado con la producción de agentes bacteriológicos, y dos instalaciones de almacenamiento de armas químicas en Homs.
Este desarrollo conviene ser analizado y comparado con el ataque que tuvo lugar el año pasado. Si bien las circunstancias en Siria han cambiado, las dinámicas geopolíticas se mantienen constantes. Vista la situación en estos términos, el ataque estadounidense puede verse como un llamado de atención hacia sus enemigos. La verdadera pregunta es para quién es la advertencia, y si realmente tendrá el efecto buscado.
Para empezar, el ataque de los aliados occidentales se produce luego de una semana de tensión. Tras el incidente en Duma, Trump anunció por Twitter que el “animal Assad” no se saldría con la suya; y que –a diferencia de Barack Obama– él haría valer las líneas rojas sobre la arena. Trump se refiere a la vacilación del expresidente a cumplir con sus propios deadlines. En 2012 la administración demócrata hizo saber que no toleraría el uso de armas químicas en Siria. No obstante, cuando llegó la hora de hacer valer las amenazas, Obama dio lo que muchos dicen fue un paso al costado. Se presume que en agosto de 2013 Assad gaseó un suburbio de Damasco. Pero luego de mucha deliberación, la Casa Blanca decidió no atacar, rompiendo así con la tradicional doctrina que receta que la fuerza es el músculo de la credibilidad.
Consideraciones domésticas y externas
Puede decirse que el último ataque contra el régimen sirio se parece mucho al que tuvo lugar el año pasado. Como lo discutía entonces en este espacio, en 2017 Trump necesitaba distanciarse de Obama y demostrar que había madurado desde la campaña electoral, especialmente en lo concerniente a Rusia. Esto es lo que el establecimiento político y militar le pedía: demonstrar que Estados Unidos no se desentiende del tablero de juego en Siria; que Washington no se achicaría frente al Kremlin. Esta es la percepción que dejó Obama tras su indecisión de atacar en 2013. Los analistas sugieren que la ambivalencia estadounidense significó la luz verde que Vladimir Putin necesitaba para intervenir de lleno en Siria en defensa de sus intereses.
Teniendo en cuenta que los críticos de la administración Trump continúan aduciendo que hubo un acercamiento clandestino entre los rusos y exmiembros del equipo del presidente, todavía puede decirse que la jugada en Siria está parcialmente motivada por consideraciones domésticas. Trump está cambiando su tono de voz hacia Rusia. Si bien el presidente aún no ha insultado a Putin en sus famosos tweets, el 6 de abril Estados Unidos introdujo sanciones contra oligarcas y amigos del poder. Estas medidas están causando estragos en los mercados rusos, y se producen en el contexto del caso Skirpal y demás denuncias objetando la injerencia rusa en los procesos democráticos de Occidente.
Sin ir más lejos, Trump parece estar haciendo lo que los halcones que tiene al lado le recomiendan. En esencia, que esta administración –habiendo hecho respetar los compromisos que Obama olvidó– no puede dar ahora dar marcha atrás. Desde el punto de vista externo, basta decir que lo mismo aplica en función de demostrar que Rusia no le dictará términos a Estados Unidos.
Esta vez Rusia responde al embate
Ahora bien, en contraste con el ataque de 2017, Estados Unidos y sus aliados no atacaron Siria dos días después de que se utilizaran armas químicas. El ataque más reciente tuvo lugar seis días más tarde, suficiente tiempo como para que las fuerzas de Assad evacuen sus bases principales y busquen cobijo en bases rusas.
En el ínterin, las amenazas públicas de Trump levantaron las tensiones con Rusia, que amenazó con tomar cartas en el asunto y derribar cualquier misil occidental. Este es un desarrollo significativo. Como sugiere un reporte de Haaretz, es la primera vez que Rusia, y no así el Gobierno sirio, advierte con tomar semejante acción. Ya producido el ataque, aunque Moscú dice que una gran parte de los casi cien misiles lanzados fueron interceptados por las fuerzas sirias, es evidente que esta vez Rusia salió a responder al embate.
En otras palabras, Rusia interceptó esos misiles. En 2017 los rusos habían dicho que no intervendrían si Trump ordenaba otro ataque “porque Rusia está en Siria para combatir el terrorismo, y no así amenazas externas”. Es probable que Putin esté subiendo las apuestas porque ya no teme contrariar a Trump. A juzgar por las promesas electorales del magnate, Putin seguramente esperaba que en su presidencia se produjera una suerte de détente entre ambas potencias basada en una concepción realista de la política internacional. Errático y contradictorio, a Trump nunca le interesó mucho la ideología. Lo suyo son intuitivamente los negocios.
Creo que los allegados a Putin se percataron de algo muy importante. El inquilino de la Casa Blanca puede ser admirador del nuevo zar, pero eso no quita de que sea susceptible a las presiones del establecimiento político y militar de Capitol Hill. A mi entender, esta realización explica la decisión rusa de escalar las tensiones con Estados Unidos y sus aliados.
Haciendo eco de la opinión de algunos analistas, el año pasado escribía que los rusos quizás estaban perdiendo la paciencia con Assad, pues entendían que este venía constantemente saboteando los esfuerzos por imponer un cese al fuego duradero. Esta habría sido otra razón que explica la abstención rusa frente al ataque estadounidense del año pasado. Sea como fuere, dado que Trump no resultó ser el apaciguador esperado, la dinámica ha cambiado. Ahora lo importante es defender a Assad de Estados Unidos por una mera cuestión de imagen.
Pero esto no significa que Estados Unidos y Rusia vayan a tener una confrontación militar abierta. Los mismos miedos circulaban a raíz del ataque estadounidense de 2017. Lo que sí puede decirse con seguridad es que Rusia reforzará a Assad a los efectos de ser más expeditiva demarcando sus intereses, tal como lo ha hecho “prestando” sus baterías antiaéreas a Assad.
El ataque aliado es simbólico
La razón más importante para desmentir la posibilidad de un enfrentamiento abierto entre Rusia y Estados Unidos tiene que ver con la poca relevancia de la acometida estadounidense. Volviendo a la comparación entre 2017 y 2018, ninguno de los ataques pensados para castigar el supuesto uso de armas químicas representó un game changer, algo que cambia las reglas del juego. En abril del año pasado Estados Unidos causó daños relativamente menores, tomando precauciones para no lastimar a ningún ruso. El ataque de 2018 tampoco representa un daño substancial a las estructuras o capacidades del régimen sirio o sus aliados rusos.
Ambos incidentes son limitados y no alteran el balance de poder en el terreno. El hecho de que Estados Unidos y sus aliados le dieran a los sirios y rusos un período de gracia de seis días antes de bombardear refuerza este análisis. Lo cierto es que tanto Estados Unidos como Rusia están interesados en demarcar cuál es tu terreno de influencia. Como en Medio Oriente los garrotes hablan más fuertes que las zanahorias, las acciones de ambos actores dejan entrever la creciente rivalidad entre Washington y Moscú. En efecto, podría decirse que se trata de una nueva Guerra Fría. Pese a que no hay (y probablemente no haya) guerra abierta, ambos contendientes recurren a proxies y a actos militares de baja intensidad para marcar sus intereses.
Estados Unidos no tiene una estrategia en Siria
Desde la perspectiva occidental el gran problema de trasfondo es la falta de una estrategia estadounidense en Siria. Mientras los rusos son grandes ajedrecistas, los estadounidenses no tienen en claro cuál es su siguiente movida. Tal como le dijo la oposición demócrata a Trump, los misiles Tomahawk no son substituto para un plan de acción claro. Cabe tener presente que el presidente quiere poner fin al compromiso militar de Estados Unidos en Afganistán y en Siria. Está cansado de pagar las facturas por meollos geopolíticos que también tocan los intereses de otros países, y de ahí nacen frases recientes como que Arabia Saudita tiene que pagar cash por el esfuerzo estadounidense.
Tal como vengo sosteniendo en mis columnas, la presencia de 2.000 soldados norteamericanos en el norte de Siria está orientada a mantener a Irán bajo control. Estados Unidos quiere conservar su influencia entre los actores kurdos de la llamada Rojava, pues entiende que estar presente en la región disuade una infiltración iraní. Pero Estados Unidos no está dispuesto a lanzarle misiles a las milicias proiraníes en la frontera con Irak para para demostrar sus convicciones en este teatro. Por otro lado, Washington tampoco sabe cómo marcarle los puntos a Turquía, un Estado que aprovecha su pertenencia a la OTAN para desafiar los intereses de la primera potencia mundial.
En definitiva, aunque Trump quiere proyectar fortaleza en casa, y los halcones que lo acompañan demostrar que la era de la Pax Americana sigue vigente, Estados Unidos está improvisando soluciones para un conflicto complejo y multifacético.
Quienes abogan por bombardear a Assad indican que el objetivo real es disuadir la utilización de armas químicas por parte de cualquier régimen en el mundo, y que en tal aseveración de poder yace el interés de Estados Unidos. Pero el problema de esta política altruista estriba en que no deja de ser simbólica. No por poco esta es la segunda vez que Estados Unidos ataca al Gobierno sirio por utilizar armamento prohibido. Al caso, coincido con Stephen Walt cuando indica que la mayoría de las muertes en Siria no son el producto de armas químicas, pero el resultado de armas convencionales y de la crisis humanitaria. El gas cloro no mató por sí solo a medio millón de personas.
Asumiendo que Assad haya utilizado armas químicas, es plausible que el ataque del 13 de abril haya destruido la capacidad del régimen para realizar ataques similares en el corto plazo. Eso sí, en términos prácticos nada pone coto a la efectiva ofensiva que el Gobierno sirio está llevando a cabo contra la insurgencia y la oposición islamista o yihadista. Para ser claros, no estoy argumentando a favor de bombardear a Assad. Mi planteo apunta a que el mensaje que Estados Unidos manda es demasiado genérico. Lanzando misiles de crucero contra objetivos de limitada relevancia Estados Unidos no logrará asentar sus objetivos en el tablero.
Una mirada realista
Trump ya demostró que no tendrá la misma inacción que su predecesor. Si lo que busca son réditos internos con demócratas y republicanos por igual, entonces el ataque cumplió con su objetivo. Por otro lado, si lo que busca es combatir la percepción de que su país se retira de Medio Oriente, de aquí en adelante necesitará ir más lejos y definir una estrategia para Siria. Amagar con retirar el contingente militar asentado en el norte de Siria no ayuda a contrarrestar esta impresión. Una estrategia clara les permitirá a los generales y estrategas definir qué acciones habrá que tomar para resguardar los intereses estadounidenses. Por lo pronto, Washington tiene que ser más claro acerca del futuro del clan gobernante. Mientras (ex)funcionarios dicen que Assad se tiene que ir, otras fuentes indican que Trump es realista y acepta que Assad no se irá a ningún lugar.
Si los intereses de Estados Unidos son claros, habrá menos probabilidad de un enfrentamiento armado entre las potencias. Es decir, si las expectativas de todas las partes involucradas están sobre la mesa, habrá menos probabilidad de peligrosos malos entendidos. En rigor, gracias a esta indecisión, no queda del todo claro contra quien fue el ataque. Fue contra Assad, pero también podría ser un mensaje para todo dictador que pretenda usar armas químicas. Al mismo tiempo, probablemente fue un movimiento para avisarle a los rusos que Estados Unidos no se fue de la región. La respuesta seguramente está en algún lado en el medio.
Mientras tanto, habrá que ver si dentro de un año Estados Unidos vuelve a atacar para hacer valer sus amenazas. Por ahora está claro que no ha logrado su cometido.