La cumbre de Bahréin: ¿paz para la prosperidad?

Artículo Original. Publicado también en INFOBAE el 27/06/2019 bajo el título «Entendiendo ‘Paz para la Prosperidad’, el ambicioso plan de Trump para el Medio Oriente.

Con este afiche, el 22 de junio la Casa Blanca dio a conocer el llamado plan «Paz para la Prosperidad» (Peace to Prosperity) como nueva aproximación al conflicto israelí-palestino. Discutido en Bahréin, la iniciativa busca inyectar miles de millones de dólares en los territorios palestinos para sucitar la paz por medio de desarrollo economico. ¿Es factible?

Entre el 25 y el 26 de junio se celebró en Manama, Bahréin, un workshop por la paz promovido por Estados Unidos y los países sunitas del Golfo con miras a solucionar el conflicto israelí-palestino. Orquestado por Jared Kushner, el yerno de Donald Trump, el evento promociona el plan “Paz para la Prosperidad”. Consiste en ofrecer desarrollo económico como medio para resolver o más bien diferir controversias políticas.

En esencia, Kushner adelantó que Estados Unidos y sus aliados del Golfo planean inyectar 28 mil millones de dólares a Gaza y a Cisjordania en los próximos años para crear puestos de trabajo y reducir así los índices de pobreza. Además, para crear un entorno regional favorable, también se transferiría capital en montos semejantes para ayudar al desarrollo de Egipto, Jordania y Líbano.

Desde luego, la gran duda estriba en preguntarse hasta qué punto el plan es viable, o bien qué posibilidades tiene de ser aceptado. Por lo pronto, el liderazgo palestino rechazó el plan de cuajo, describiéndolo como un gastadero que no comprará ninguna solución. Según alegan sus políticos, las propuestas de la Casa Blanca buscan sobornar a los palestinos para que renuncien a sus aspiraciones territoriales. Asumiendo que este rechazo sea inmutable, ¿qué puede esperarse de este programa?

En primer lugar, cabe decir que la hoja de ruta presentada por Washington presupuesta cifras millonarias para desarrollar obra pública e infraestructura económica en los territorios palestinos. Asimismo, busca financiar proyectos para incentivar la cultura del emprendimiento, crear universidades y hospitales, potencializar la industria turística, y crear proyectos para mejorar la calidad y la transparencia institucional de los mecanismos de gobierno. Teniendo en cuenta que el desempleo en los territorios palestinos se aproxima al treinta por ciento, a groso modo puede afirmarse que el plan económico es apropiado y necesario, sobre todo dada la multiplicidad de proyectos que plantea costear.

La iniciativa discutida en Bahréin se enmarca dentro del llamo “Acuerdo del Siglo” prometido por Trump durante su campaña electoral. Se entiende que el plan representa la arista económica de una propuesta más amplia que aún no ha sido desglosada oficialmente. Si bien los medios dieron a conocer diagramas que hipotetizan una reconfiguración del Levante para indemnizar territorialmente a los palestinos, la dimensión política del paquete de paz de Trump todavía no está del todo definida.

La ausencia de una solución política, de la mano con el programa económico ofertado por Kushner, ha levantado muchísimas críticas en diversos sectores. Podría decirse que la polémica gira en torno al dilema del huevo o la gallina. Los partidarios del plan argumentan que la prosperidad económica es fundamental para la estabilidad política. Por otro lado, sus detractores afirman que una visión política debe anteceder cualquier perspectiva económica.

A mi modo de ver las cosas, todo depende de las circunstancias, y en este caso creo que lo político tiene precedencia. Los palestinos comenzaron a recibir miles de millones en ayuda internacional para el desarrollo luego de que se firmaran los acuerdos de Oslo en 1993. Según cifras de la OECD citadas por el Washington Post, los palestinos han recibido cerca de 40 mil millones de dólares (constantes) entre 1994 y 2017. Sin embargo, cualquier observador honesto conoce que estos fondos se diluyen históricamente en el entramado institucional corrupto de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), además de financiar subsidios para familias de terroristas muertos o convictos.

En la escena palestina, alimentar la narrativa de martirio ofrece réditos políticos que se traducen en poder. Por ello, funcionarios que buscan compromisos y crecimiento económico son forzados a dimitir, o a lo sumo privados de posiciones importantes. En todo caso, lo cierto es que la ayuda proveniente del exterior no se ve reflejada en las calles palestinas en beneficio del ciudadano común.

Así como argumenta Seth J. Frantzman, Trump y Kushner quieren reinventar la rueda. Si tanta ayuda económica no ha provisto resultados acordes, ¿qué garantía existe de que inyectar más dinero remedie las adversidades de los territorios palestinos? Aunque tiene buenas intenciones, la Casa Blanca oferta, al fin y al cabo, poner la marca Trump a un producto ya existente y malogrado.

A todo esto, el liderazgo palestino es perspicaz. Los políticos proyectan una postura dura, pero –como dice el refrán– “por la plata baila el mono”. La ANP se opone a las iniciativas de un presidente marcadamente pro-Israel como lo es Trump. Eso sí, Mahmud Abbas y compañía no se desentienden expresamente de la posibilidad de recibir más dinero y dadivas de la comunidad internacional.

Ahora bien, Paz para la Prosperidad presenta otra dificultad importante. Así como es evidente que canalizar fondos por medio de políticos palestinos es problemático, lo mismo sucede en función del control y prerrogativa israelí sobre los territorios disputados. No está claro cuál es el papel de Israel en estos planes.

Por mencionar algunas consideraciones, Israel cobra los impuestos de los palestinos cisjordanos, y suele congelar transferencias que le corresponden a la ANP cuando sospecha que dicho dinero es utilizado para financiar terrorismo. Más importante todavía es el hecho de que la ANP solo tiene control en parches territoriales designados por el proceso de Oslo. Israel controla las importaciones y exportaciones palestinas y tiene la decisión final en cualquier ámbito importante. En este sentido, desarrollar infraestructura a lo largo y ancho de territorios cuya suerte final no está clara trae aparejadas una serie de dificultades multicausales; como el riesgo político, la seguridad, la voluntad de las autoridades israelíes, la burocracia, y el precio de bienes raíces.

En concreto, la gobernanza u ocupación israelí de los territorios palestinos trae grandes restricciones a la actividad económica, generando entonces un costo en términos de oportunidades perdidas para el desarrollo. Según una estimación del Applied Research Institute de Jerusalén (ARIJ), en 2015 este costo ascendió a casi 10 mil millones de dólares. Más allá de las cifras, las Naciones Unidas respaldan esta observación al exigirle a Israel flexibilidad en los controles de bienes y personas para liberar el potencial económico de los palestinos.

A juzgar por el dinero que promete, el plan presentado en Bahréin ofrece cierto margen para ser algo optimistas. No obstante, al mismo tiempo, está claro que sus patrocinadores son ilusos en tanto pretenden –al menos momentáneamente– saltear la espinosa cuestión de la implementación. Los palestinos no están dispuestos a dar luz verde y la responsabilidad de Israel brilla por su ausencia. Sin acuerdo político será muy difícil ejecutar Paz para la Prosperidad. Vale recordar que Hamas, la plataforma islamista que gobierna la Franja de Gaza, no solo niega la existencia de Israel, sino que también está enfrentada a la ANP que gobierna en Cisjordania. Si hablamos de la posibilidad de un acuerdo holístico para desarrollar la economía palestina, los consensos políticos son indispensables.

En mi opinión, el paquete económico debe llegar en tándem con un acuerdo final, y la familia Trump no podría haber elegido un peor momento para presentar sus propuestas. Las tensiones con Irán dominan la agenda de Medio Oriente. Tampoco existe al día de hoy estabilidad política en Israel, y este tipo de anuncios puede impactar sobre el clima electoral de cara a los próximos comicios en septiembre. Ningún líder israelí puede acordar concesiones si no tiene el respaldo de un Gobierno fuerte, y menos que menos si su coalición está formada por partidos que piden anexar Cisjordania. Quizás este cálculo explique la razón por la cual la responsabilidad de Israel no sea explicitada en el plan de la Casa Blanca.

En contraposición, y dejando de lado diferencias faccionales en el liderazgo palestino, este tiene que recibir algo concreto con lo que pueda justificar públicamente la renuncia de aspiraciones maximalistas con las que alimenta a su pueblo. Hasta ahora, las crónicas del proceso de paz muestran que sin importar que tan buenas sean las zanahorias (los beneficios), los líderes palestinos aún no han cruzado la barrera psicológica necesaria para enmendar enemistades históricas.

Así y todo, pese a las dificultades y falencias de este emprendimiento titánico, a diferencia de todo lo intentado hasta ahora, el proyecto de Kushner y Trump arroja una novedad muy positiva. Aunque Paz para la Prosperidad fracasará en el futuro previsible, esta vez Estados Unidos es apoyado manifiestamente por las capitales sunitas del Golfo. Esto significa que, con el paso del tiempo, el liderazgo palestino recibirá menos zanahorias y más garrotes bajo la forma de menos ayuda económica y más aislamiento mundial.

En retrospectiva, una de las causas que posibilitaron los Acuerdos de Oslo fue la marginalización de Yasir Arafat, especialmente luego de que este apostara por el caballo equivocado cuando Irak invadió Kuwait en 1990. Solo firmar la paz con Israel le permitió rehabilitarse como cabecilla con legitimación internacional.

Hasta ahora, a razón de su posición como poder ocupante, la comunidad internacional solo le impone un cálculo de zanahorias-garrotes a Israel, a los efectos de recompensar concesiones, y castigar comportamientos obstinados. A partir de ahora el liderazgo palestino tendrá que sopesar un cálculo similar. Eventualmente esto podría dar pie a negociaciones fructíferas.

Si hay una conclusión que puede extraerse del evento en Bahréin es que los monarcas árabes se están cansando de la cuestión palestina, un obstáculo que les impide entablar plenas relaciones diplomáticas y comerciales con la potencia tecnológica y militar que es Israel.