La doctrina de seguridad en la era Trump: Medio Oriente

Artículo Original. Publicado también en INFOBAE el 30/12/2017.

El presidente estadounidense Donald Trump habla acerca de su estrategia nacional de seguridad en Washington, el 18 de diciembre de 2017. El presidente presentó el primer documento oficial emitido por su administración explicitando la política exterior en lo relacionado con la seguridad internacional, a los efectos de garantizar que “Estados Unidos esté primero”. Crédito por la imagen: Mandel Ngan / AFP / Getty.

Este mes la Casa Blanca publicó la última revisión de la doctrina nacional de seguridad, el documento que a grandes rasgos informa la posición de Washington frente a una serie de desafíos globales que afectan los intereses estadounidenses. El nuevo reporte viene a actualizar los puntos ordenadores explicitados por la administración pasada en 2015, y – a diferencia de la anterior– contiene un lenguaje marcadamente menos idealista.

Para empezar, el texto anuncia una estrategia de principled realism, es decir, “realismo basado en principios”. Para algunos esta construcción es una dicotomía; una forma políticamente correcta para fusionar la cruda realpolitik con decisiones morales, acaso representativas del estilo de vida norteamericano. Por un lado, los “principios” se refieren a promover valores democráticos y prosperidad económica en el mundo. Por otro, el “realismo” reconoce que los garrotes hablan más fuerte que las zanahorias, y que en la política internacional la paz y la seguridad dependen de la voluntad y el músculo militar de las naciones poderosas. En este aspecto, el documento parte de la premisa de que nuestro mundo es hobbesiano, un “todos contra todos” en donde solo sobrevive el más fuerte. Por ello, el texto dispone a Estados Unidos a defender sus intereses a como dé lugar.

Como a Trump le gusta decir, la doctrina se remite al eslogan “Estados Unidos primero” (America First). No obstante, en rigor se trata de una oda al realismo político, que comprende que una democracia no siempre es preferible a una autocracia. Por eso, sea para bien o para mal, la doctrina Trump solo viene a principalizar la fuerza como salvaguarda por excelencia de los intereses nacionales. ¿Cómo se posiciona entonces Washington frente a las debacles de Medio Oriente?

El primer párrafo de la sección dedicada a esta región advierte que “Estados Unidos busca un Medio Oriente que no sirva de refugio o caldo de cultivo para los terroristas yihadistas, y que tampoco sea dominado por alguna entidad hostil a Estados Unidos, contribuyendo en cambio a un mercado global estable de energía”. Dada la aversión de Trump por las energías renovables, el sentido de esta frase es evidente. Se complementa con el último párrafo, que asevera la voluntad del presidente por mantener “la presencia militar norteamericana necesaria” para proteger a Estados Unidos y a sus aliados de las amenazas en común.

Asimismo, como podría suponerse, el documento de posición expresa repulsión por el Estado Islámico (ISIS) y Al-Qaeda. También plantea desafiar la influencia y expansión regional de Irán, que continúa apoyando milicias terroristas y avanzando en su programa balístico pese (o gracias) al acuerdo nuclear firmado por Barack Obama en 2015. El texto deja en claro que Estados Unidos no tolerará estas actividades, aunque no especifica cómo mostrará sus dientes.

Otro punto interesante en la doctrina es dar por sentado –a mi criterio correctamente– que Israel no es el malo de la película en el conflicto con los palestinos, y que el Estado hebreo tiene muchos intereses en común con los países de la región, especialmente a la hora de combatir el terrorismo y contrarrestar la influencia iraní. El documento presenta esta circunstancia en términos de oportunidades, y propone impulsar el rol de Washington a los efectos de “revitalizar alianzas con naciones con mentalidad reformista y alentar la cooperación entre los socios de la región”, para así “promover la estabilidad y un equilibrio de poder que favorezca los intereses de EE.UU”. Los países con “mentalidad reformista” son las monarquías árabes que, como Arabia Saudita, dependen de los norteamericanos y muestran un esfuerzo para combatir la radicalización religiosa sunita.

Podría decirse que hasta aquí no hay nada nuevo. Lo estipulado por el documento hace eco de promesas electorales y la visión estratégica de los asesores del presidente (ya presentada en este blog). Por eso, creo que lo más interesante del texto no es lo que se dice, pero lo que por alguna razón se obvia.

Vale recalcar que previo a la publicación de la doctrina, el Consejero de Seguridad Nacional, el teniente general Herbet R. McMaster, había adelantado que Qatar y Turquía serían formalmente tildados de patrocinadores de ideologías radicales. Pero la publicación nunca hace mención de estos países. En contraste, Irán aparece explícitamente 12 veces (y Corea del Norte 13). Mientras tanto, China y Rusia son reconocidas oficialmente como potencias rivales.

No hace falta que Turquía y Qatar sean mencionados para conceder que en algunos aspectos los suyos son intereses opuestos a Estados Unidos. Sin embargo, dado el carácter de halcón de Trump, la ausencia de una posición inambigua frente a dichos países refleja pragmatismo o bien falta de voluntad política para ir a la confrontación diplomática tanto pública como abierta. De este modo, pese al acercamiento entre Irán y Qatar, Estados Unidos está oficialmente “desconcertado” por el comportamiento de sus amigos en Riad, que continúan bloqueando a la pequeña petromonarquía. Trump le ha pedido a Doha que deje de codearse con terroristas, mas no ha habido medidas concretas de su parte. Por otro lado, aunque Turquía es miembro de la OTAN, Recep Tayyip Erdogan definitivamente marcó un punto de quiebre, y sus jugadas y aspiraciones para la región no coinciden con las prioridades de Washington. Ni hablar del intento del “sultán” por hacer de la controversia por la embajada estadounidense en Jerusalén una cuestión de yihad. Según Erdogan, “si Jerusalén cae, no podremos proteger Medina”, y así sucesivamente también el resto de las ciudades musulmanas. Si hablamos de islamismo, la pauta que marca Turquía podría valer una mención en la doctrina de Trump.

Algo similar ocurre con Siria. Si bien se la menciona, no hay referencia al Gobierno de Bashar Al-Assad por fuera de una escueta alusión al “régimen sirio”. Es decir, no hay guiamientos específicos que avancen una postura política frente a un prospectivo acuerdo para pacificar la región. Tampoco se habla de Libia, y sobre Irak solo se dice que Estados Unidos reforzará su alianza estratégica a largo plazo, tomando a Irak como “un país independiente”. Si uno lee entre líneas, esta última aseveración pretende nuevamente ponerle los puntos a Irán, dada la gran inmensa influencia de Teherán sobre en Bagdad.

En definitiva, la estrategia de seguridad nacional de la administración Trump expresa disposición para hacerle frente a algunos desafíos generales de gran envergadura, como pueden ser el terrorismo y la radicalización religiosa, pero es poco expresiva en lo que más importa: los problemas concretos, específicamente delimitados en el tiempo y el espacio. Estos temas son y seguirán siendo materia de debate clasificado entre la Casa Blanca, el Pentágono y el Departamento de Estado. Por esto mismo, no hay que perder de vista que el documento cuestionado es esencialmente una herramienta de relaciones públicas. Nada más. Así y todo, a un año de llegar a la Casa Blanca, el texto muestra que Trump reconoce abiertamente que la suya es una aproximación realista a las Relaciones Internacionales.

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