La expulsión de los judíos de países musulmanes

Artículo Original.

Una familia de judíos yemenitas camina por el desierto para llegar a Adén y de allí emigrar a Israel en 1949. Crédito por la imagen: Zoltan Kluger.

El 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de las Naciones Unidas, para entonces un flamante basamento de legitimidad en el sistema internacional, adoptó el célebre Plan para la Partición de Palestina. Inserto en la resolución 181, el documento constituye el fundamento de iure más importante detrás de la creación de Israel, y también constituye la premisa jurídica esencial detrás del reclamo de soberanía por parte de los árabes palestinos. 

El júbilo judío por la realización del deseo de autodeterminación fue inmediatamente recibido con indignación y violencia en el mundo árabe. En el marco de hostilidades no solamente se desató la guerra de la independencia israelí, pero también una serie de pogromos contra las comunidades judías, muchas de ellas con una presencia milenaria en la región. Por su afiliación sectaria con la nueva estatidad hebrea, los judíos de países musulmanes fueron hechos participantes forzosos de la guerra, y, por ende, enemigos de las sociedades que integraban desde antaño. 

El 30 de noviembre, con motivo del comienzo de las expulsiones de judíos de Medio Oriente, se conmemora el legado de dichas comunidades en los países árabes y musulmanes.

Muchas familias escogieron inmigrar a Israel persiguiendo el sueño de construir un hogar nacional judío. Otras, en busca de una vida mejor, se asentaron en países como Francia y Estados Unidos. Sin embargo, lo cierto es que la animadversión generalizada contra los judíos mediorientales, devenida en discriminación y persecución, empujó a los mismos hacia al éxodo, desarraigando siglos de historia ininterrumpida desde tiempos grecorromanos. 

Desde la creación de Israel en adelante, cerca de 850 mil judíos tuvieron que abandonar sus hogares y propiedades en distintas olas migratorias, ciertamente empujadas por la intolerancia y la otredad creada en torno al llamado enemigo sionista. Si bien la última migración masiva tuvo lugar tras el triunfo de la Revolución islámica en Irán en 1979, hoy en día la declinante comunidad judía en Turquía se debate reciamente su futuro; sobre todo debido a la actitud hostil del Gobierno de Recep Tayyip Erdogan hacia las minorías religiosas.

Viendo las cosas con perspectiva histórica, tal vez lo más lamentable del éxodo judío de países musulmanes sea el hecho de que ello no sea motivo de congoja en las naciones afectadas. Incluso podría decirse que representa una cuestión virtualmente olvidada en aquella agenda internacional pública que se encarga de enmendar injusticias. Las memorias históricas y la indignación global suelen ser selectivas, y parece que en este aspecto la expatriación judía no despierta suficiente empatía. En cierta medida, esto se debe al éxito que ha tenido la literatura antisraelí (y en algunos casos antisemita) en presentar a los judíos como victimarios, haciéndolos colectivamente responsables por sus propias desdichas y tragedias.

Esta narrativa, demasiado difundida en cátedras universitarias, minimiza o justifica lo sucedido con los judíos de los países musulmanes, apelando en su lugar al sufrimiento de los árabes palestinos. En esencia, sostiene con exageraciones gordas que los primeros líderes israelíes elaboraron un plan sistemático para expulsar a los árabes de sus hogares. Los detractores más fuertes del Israel dan por manifiesto que este quería garantizar una mayoría judía, incluso si para conseguirlo debía atentar deliberadamente contra los árabes que habían quedado insertos en el país.

Tales maquinaciones nunca existieron. Aunque siempre se podrán encontrar casos de expulsiones concretas y premeditadas —pues en la guerra no existe la “pureza de armas” (y difícilmente la haya)— lo cierto es jamás hubo una orden de limpieza étnica. Así y todo, no deja de ser cierto que entre 550 y 700 mil personas tuvieron que abandonar sus casas por el peso de la guerra y otras adversidades coyunturales. Análogamente, más allá de que los judíos en países árabes y musulmanes nunca fueron oficialmente expulsados, la fuerza de las cosas hizo del éxodo una realidad implícita. 

Por estas razones, cuando se discuten los acontecimientos de 1947 tiene sentido hablar de un intercambio poblacional, donde judíos de países musulmanes fueron a parar a Israel, y árabes palestinos a países musulmanes limítrofes. No obstante, mientras que los judíos expulsados fueron acogidos en Israel y en otros países, los palestinos damnificados, salvando el caso de quienes emigraron a Occidente, fueron puestos en campos de refugiados, donde se les negó la oportunidad de acceder a ciudadanías, siendo privados entonces también de la posibilidad de rehacer sus vidas. Desde allí en adelante, los refugiados palestinos se convirtieron en rehenes de líderes árabes que pretendieron y pretenden utilizarlos para contender la legitimidad de Israel. 

Esto explica, en gran medida, por qué la cuestión de los refugiados palestinos inspira interés mientras que la suerte de los judíos expulsados no lo hace. En lo que constituye una anomalía jurídica e histórica, muchos de los nietos y bisnietos de aquellos palestinos exiliados heredaron la condición de refugiados. En cambio, los judíos de Medio Oriente fueron integrados ya hace mucho tiempo. Pero ello no quita sustancia al lamento por la enorme y trascendental pérdida de diversidad cultural en los países musulmanes en el siglo XX. Hoy en día, con motivo del auge del radicalismo islámico, son las poblaciones cristianas, también milenarias, las que se ven directamente amenazadas.

Por fortuna, las circunstancias podrían empezar a mejorar. A raíz de los llamados “Acuerdos de Abraham”, los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Sudán reconocieron formalmente la existencia de Israel, sumándose a Egipto y a Jordania que ya lo hicieran tiempo atrás. Ahora la expectativa está puesta en que otros países también lo hagan. Si damos por asumida la concreción de estos y otros anhelos optimistas, quizás con el correr de las décadas el turismo y los lazos económicos ayuden a restaurar la tolerancia y la diversidad cultural a Medio Oriente. 

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