Malvinas: El dirigente populista y el caballero inglés

Publicado originalmente en POLÍTICAS Y PÚBLICAS el 08/10/14

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La presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner presenta el museo de Malvinas, inaugurado en junio como «Espacio de la Memoria». El museo está ubicado en donde funcionara el centro clandestino de detención durante la última dictadura militar, la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Crédito por la imagen: Telam

Todo Gobierno del planeta forzado a lidiar con ánimos separatistas dentro de su país ha recibido con alivio la decisión de los escoceses por preservar su unión tricentenaria con Inglaterra. No que sea un alivio definitivo, pues aún los españoles, los belgas, los ucranianos, los marroquíes y hasta en cierta medida los italianos, deben contender con regiones que no se sienten representadas o identificadas con las demarcaciones actuales. Para los europeos en particular, el referéndum del 18 de septiembre marca un influyente precedente que incentivará a los independentistas a exigir la oportunidad de un referéndum propio. Sin embargo, de regreso en nuestros páramos argentinos, vale la pena tomar la oportunidad para reflexionar sobre nuestra imagen del Reino Unido, al cual, para empezar, callejeramente denominados (incorrectamente) simplemente Inglaterra.

Cuando aún cursaba en la universidad, recuerdo que en una oportunidad, una de mis profesoras internacionalistas declaró efusivamente que las Malvinas eran argentinas, y que habían sido arrebatadas injustamente por los ingleses. No recuerdo las circunstancias exactas que acompañaron a esa clase específica de 2007, pero sí recuerdo que fue la misma profesora quien en otra ocasión le dijo a la clase que el mundo tenía que ser visto por lo que era, antes que por lo que debería ser.

Creo que esta anécdota expone la gran contradicción de muchos analistas, foristas y periodistas argentinos en relación al sensible tema de Malvinas. En el fondo, si para entender el estado del mundo debemos primero reconocer sus realidades, entonces vitorear que las Malvinas son argentinas solo porque fueron expropiadas se vuelve irrealista, y no dista de ser inmaduro.

Idealismo y amnesia

Los analistas, académicos y diplomáticos deberían discriminar entre las aspiraciones políticas de la Argentina por un lado, y las realidades políticas, los desafíos, y las verdades inconvenientes por el otro. Por supuesto, todos estos profesionales no son idiotas y en efecto reconocen las eventualidades del escenario internacional. El problema no obstante aparece cuando nos percatamos que en nuestro país ser realista está mal visto. Referirse a Puerto Argentino como Stanley es incorrecto; afirmar que la bandera que allí flamea es la Union Jack y no la albiceleste es traición a la patria.

Las Malvinas han quedado impregnadas en el imaginario colectivo argentino. Las islas se han convertido en una gran herida abierta en el orgullo nacional. La investigación de Carlos Escudé ha mostrado que en nuestros textos escolares de principios del siglo pasado, ya abundaban reivindicaciones nacionalistas y territoriales. Se mostraba a la Argentina como una víctima de los ultrajes de terceros. La herida se abrió mucho antes que 1982, pero ésta definitivamente empeoró tras la fallida guerra.

Malvinas es una herida que no termina de cicatrizar, y a este paso probablemente nunca lo hará. Como un herido de guerra que en secreto se autoinflige una infección para no ser enviado de regreso al campo de batalla, Argentina prefiere dejar abierto el trauma para victimizarse ante los agravios de una potencia “pirata” e imperialista.

Es precisamente por esto que me permito decir que no existe una verídica política exterior en relación a la cuestión de soberanía. A pesar de que Malvinas es uno de los pilares ordenadores de la Cancillería, el tema se ha manipulado tanto que hoy por hoy solo sirve a los efectos de dar más resonancia al circo doméstico. En este aspecto, creo que la política del matrimonio Kirchner puede sintetizarse como “mucho ruido y pocas nueces”. Sino, como diría Escudé, se trata de “una política de poder sin poder”.

Como es un tema de lo más sensible que inmediatamente despierta el patriotismo de cualquiera, Néstor y Cristina han sabido utilizar las islas para cautivar grandes audiencias y apalancar así su popularidad. Sin ir más lejos, los generales argentinos decidieron invadir las islas empleando una lógica similar. La dictadura militar apostó a desviar la atención de los ciudadanos apelando a la afección cultural de los argentinos con su porción de territorio absento de redención.

Si estuviese equivocado, podría decirse entonces que la fórmula para recuperar las islas consiste actualmente en dar discursos y presentar quejas ante las Naciones Unidas. Ahora, sin importar las promesas hechas en discursos, existen hechos que nos marcan pautas claras. Uno de estos hechos, por ejemplo, nos muestra fácticamente que todos los habitantes de las islas (ilegales o no) quieren preservar sus lazos con el Reino Unido. Esto además nos indica otra cosa que retoma más importancia todavía a la luz del referéndum escoses: los “piratas” permitieron que la población tomara sus propias decisiones. Hay quienes sostienen que esto, el referéndum malvinense, no ha sido otra cosa que un teatro bien armado, dado que los ingleses sabían perfectamente de antemano que sus pobladores se decidirían por el sí. Bien, el caso es que aun así, los habitantes de las islas celebraron contundentemente una votación libre y abierta.

El caballero inglés

Hay quienes dicen de igual modo que la negativa británica a ceder las islas pasa por la beta estratégica, sobre todo por los recursos fósiles que podrían llegar a ser explotados en el lecho marino que rodea al archipiélago. Bien, si esto fuese el factor determinante, ¿cómo se explica la permisibilidad inglesa frente a los reclamos escoceses? Si todo pasa por la variable energética, ¿cómo se explica que los ingleses estuvieran dispuestos a ceder una región que – según The Economist – ha producido casi $300 billones de dólares en ganancias desde 1980, gracias a la explotación marítima de petróleo? Es casi impensable suponer que existió una posibilidad fáctica de que Escocia pusiera fin a Gran Bretaña como la conocemos, y sin embargo la unión casi se rompió.

Sería ingenuo dar por sentado que Londres no tiene intereses estratégicos, egoístas por definición. Mas también resultaría ingenuo asegurar que, como Argentina no acarrea el mismo legado imperial que Gran Bretaña, Buenos Aires es desinteresado y actúa motivado por mero altruismo. Eventos históricos y definitivamente sangrientos como la guerra contra el Paraguay y la conquista de la Patagonia en el siglo XIX nos sirven de ejemplos.

Existe una larga lista de agravios atribuibles a los británicos. Empero con los barcos y cañones también trajeron muchas introducciones con trascendentales beneficios. La tradición anglosajona difundió el liberalismo en todos sus sentidos, la idea de representación parlamentaria, la noción de derechos a cambio de responsabilidades, la libertad económica, la libertad de prensa, y diversas innovaciones institucionales que contribuyeron en grata medida al imperio de la ley (rule of law).

Uno puede ciertamente criticarle muchísimas cosas a David Cameron como así a toda su estirpe conservadora. Sin embargo, los argentinos deberíamos reconocer que la disputa de soberanía no podrá ser resuelta polarizando la cuestión entre argentinos e ingleses. Tan imperialistas son estos últimos, que vaya uno a ver que estaban dispuestos a separarse de Escocia, una parte íntegra de Gran Bretaña. Cameron, en efecto, se ha comportado como un caballero inglés. Retrotrayéndonos más en el tiempo, en analogía lo mismo puede decirse de Jean Chrétien, el quebequense y liberal primer ministro canadiense que casi experimenta en 1995 la independencia de su provincia natal. Para el regocijo del primer ministro, Quebec, al igual que Escocia, no se independizó. Sin embargo nadie les quita lo bailado a los separatistas, quienes pudieron, no solo expresarse libremente, sino actuar política y democráticamente para intentar alcanzar sus objetivos.

La mera idea de que un Gobierno permita democráticamente allanar el paso a la desintegración territorial de su Estado, es en la mayoría de los casos impensable y parlamentariamente hablando intratable. Si el día de mañana los habitantes de la provincia de Jujuy (para poner un ejemplo) deciden votar a un gobernador secesionista, y este provoca a Buenos Aires llamando a un referéndum independentista… ¿le permitiría el Congreso a Jujuy celebrar dicha expresión última de autodeterminación? ¿Arriesgaría el ejecutivo la posibilidad de que Jujuy votara por la independencia?

El dirigente populista

Cristina Kirchner, pero más aún los argentinos en general, deberíamos aprender de la ocasión escocesa para aceptar finalmente la inevitable realidad. Si esperamos que algún día las Malvinas sean, o vuelvan a ser argentinas, debemos reconocer que ninguna solución será alcanzada ignorando indefinidamente los derechos y las preferencias de sus habitantes.

Actualmente la Argentina se niega contundentemente a reconocer a los llamados kelpers bajo el lema de que son población “implantada”, población que ergo carece de un estatus jurídico valido.

¿Somos pues, la mayoría de los argentinos, descendientes milenarios de patriarcas que habitaron el suelo nacional desde tiempos inmemoriales? El mismo argumento empleado contra la autodeterminación malvinense podría fácilmente volverse en nuestra contra. Si los ingleses implantaron su población en las islas, los españoles hicieron lo propio en el continente. Luego vinieron los italianos, los polacos, los rusos, los franceses, los alemanes y los libaneses. En efecto el planteo es de lo más ridículo. Algunos de los kelpers llevan en Malvinas unas cuantas generaciones más que los descendientes de los inmigrantes que decidieron empezar una nueva vida en el continente. Allí lo desquiciado de la política kirchnerista, la cual en rigor, insisto, solo sirve para alejarnos de las islas y acercar a las masas al voto oficialista.

No obstante la política argentina no siempre fue así. Cuando hablamos de Malvinas, vale la pena tenerse presente que, entre finales de los años 60 y hasta antes de la guerra, las islas eran consideradas por la Foreign Office como un resabio sin valor de épocas pasadas. Funcionarios argentinos como británicos intentaron mediante negociaciones bilaterales secretas, decidir la cuestión de soberanía haciendo un bypass a la población local, posiblemente apuntando a instrumentar un condominio mantenido por ambos Estados.

La razón por la que la estrategia no funcionó fue porque, una vez enterados, los malvinenses – no incluidos en las negociaciones – organizaron una considerable oposición. Lo importante es que incluso cuando las islas “no tenían el valor estratégico de antaño”, la resistencia de los malvinenses actuó como una barrera considerable a la integración con Argentina. Por ello, demás está decir que lo único logrado con la guerra fue reafirmar la posición de los isleños, e incluso mejorarla substancialmente, incentivando a Londres a invertir en los (hasta entonces) olvidados territorios de ultramar.

En los años 90, el exministro de relaciones exteriores Guido Di Tella, consiente del requisito de integrar a los habitantes de las islas en las tratativas, intentó esbozar una política de Estado para conducir a la Cancillería hacia una “política de seducción”. La idea esencial era que los malvinenses, los kelpers, debían ser incentivados a buscar beneficios en una prospectiva cooperación con el continente. Di Tella entabló contactos personales con los dirigentes isleños y llegó a enviarles a los pobladores regalos y tarjetas navideñas a cuenta del Gobierno argentino.

Di Tella era poco ortodoxo, y su estilo personal no ayudó a la creación de consenso en torno a la política de Malvinas. Di Tella era un conductor solitario, y tal como suele suceder en la trastienda política argentina (con independencia de quien gobierne), el canciller prescindió del debate multipartidario y no buscó consolidar una amplia base de apoyo. La legitimidad de la política de seducción luego se vio seriamente afectada con la coyuntura de crisis que sucedió a la década menemista. Como ha quedado en evidencia, al cabo de pocos años kirchneristas, el proyecto terminó completamente enterrado.

Podría decirse que para arrojar sus frutos, como el propio excanciller llegó a reconocer, semejante esfuerzo requeriría una continuidad a lo largo de diversas administraciones multipartidarias. Ciertamente no es posible construir nacionalidad ni concretar grandes proyectos políticos en tan solo cuatro sino ocho años de gestión.

A mi juicio personal considero que tal camino es el indicado. Pero los políticos argentinos para ello deben renunciar primero al privilegio de invocar Malvinas como moneda de cambio corriente, cosa que hacen para ganarse el vitoreo de los sectores populares en momentos de necesidad. “Malvinas argentinas” es después de todo un discurso que siempre, siempre cae bien.

En mi opinión, por aquí pasa el principal desafío de la agenda de exteriores. El problema en algún punto ha dejado de envolver exclusivamente a la cuestión Malvinas, tal como puede apreciarse en el fuerte discurso doméstico en relación a los fondos buitres. No estoy diciendo que Argentina debe emplear solamente poder blando (seducción) para avanzar en la causa, pero aquí lo único certero son las pautas que se desprenden de los hechos. Y la realidad nos muestra que los ingleses no son colonialistas, menos aún “piratas”, y que los insensatos irracionales en todo caso somos nosotros.

Publicado originalmente en AURORA el 11/9/201
Publicado originalmente en AURORA el 11/9/201
Publicado originalmente en AURORA el 11/9/2014
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