Artículo Original.
Los documentos y cables diplomáticos de Arabia Saudita distribuidos recientemente por WikiLeaks muestran explícitamente que el reino árabe intercambio votos con algunos países para hacerse de una banca en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (CDH). Aunque esto en sí no resulta muy revelador para los analistas, pragmáticos por definición, pone de manifiesto para el público en general el modo recurrente con el cual los Estados negocian y consignan los votos necesarios para adquirir prestigio a nivel internacional. Desde lo personal, lo que me llamó la atención de este develamiento de la diplomacia es la simpleza y efectividad de esta estrategia. A decir verdad me recuerda bastante a los Modelos de Naciones Unidas en los que solía participar durante mis años de estudiante.
Como en estos congresos, en la vida real la fórmula ganadora para presentar un proyecto, ocupar una banca, o destacar con más avales es fácil: quid pro quo, es decir, algo por algo; yo te voto si vos me votas, yo te apoyo si vos me apoyas. En cuanto a mi experiencia en estos eventos que recrean y simulan el desarrollo de las sesiones del organismo internacional más conocido del mundo, estas promesas no son siempre respetadas, pero a nivel general representan el camino más sencillo para transitar por los foros y sacar provecho de largas discusiones. El voto por voto no es una práctica exclusiva entre los inexperimentados, pero usted seguramente apelaría a ella si se estuviera iniciándose en el arte de la diplomacia. Bien, el severo inconveniente de este intercambio es que, a los efectos de hacer del mundo un lugar mejor, posibilita que países no democráticos obtengan suficiente respaldo para distintas cuestiones en donde no tendrían decoro para opinar.
En un sentido amplio, en principio este es el gran flagelo y fuente de bancarrota moral de las Naciones Unidas (ONU). De acuerdo con Freedom House, de los 193 Estados miembro solamente 87 son verdaderas democracias, lo es que es decir países donde las libertades individuales priman con independencia del poder de turno. Esto implica que en la ONU el 55 por ciento de los países del mundo no son democracias en el sentido liberal de la expresión. Además, con la excepción del Consejo de Seguridad, donde el voto es calificado y el veto es restringido a las grandes potencias, en los debates todo se remite a la aritmética de los avales. Si la delegación de un país X presenta una moción y recibe suficientes votos, en teoría podría introducir cualquier discurso y convertirlo en la posición “oficial” de esta suerte de parlamento internacional. Por ello, cuando los medios reproducen inocuamente que la ONU dijo esto, o que se expresó en favor o en contra de aquello, lo que tiene que hacer el observador honesto es revisar cuáles fueron las partes que en rigor impulsaron y lograron aprobar tal resolución. En otras palabras, las discusiones sobre los temas generales en la ONU no se resuelven mediante el voto calificado de las naciones calificadas – para grosso modo representar la voluntad de sus gentes, sino bajo la base de un voto general, en donde todos los miembros gozan de la pretensión de igualdad.
Esta realidad es particularmente tragicómica en el Consejo de los Derechos Humanos (CDH), teóricamente conformado para que las naciones hablen sobre lo que está bien y lo que está mal con una sola voz. Para asentar que todos los países gocen de igualdad de condiciones para aplicar a una banca, y para asegurar que haya una base de representatividad geográfica, el CDH está compuesto por estatuto por 13 naciones de África, 13 de Asia, 6 de Europa oriental, 7 de Europa occidental, y por 8 de América Latina y el Caribe. Los miembros son electos por un plazo de tres años, y siendo que cualquier autócrata o dictador puede ocupar allí una banca siempre y cuando consiga suficientes votos, como organismo de supuesta rectitud internacional el Consejo deja demasiado que desear, a punto tal que no parece ser otra cosa que un teatro de lo absurdo. El mejor ejemplo esta puesto por la desquicia desproporcionada con la que este organismo condena a Israel. El Estado judío es por lejos el ente más condenado en materia de derechos humanos. Según lo muestra el sitio de Human Rights Voices y el sitio de Votes Count, en años recientes Israel recibió más amonestaciones que Siria o Libia, mientras que Corea del Norte paso prácticamente desapercibida. ¿A qué se debe esta incongruencia que desvirtúa la labor de la ONU? Se debe básicamente a la elevada proporción de países hostiles a Israel representados en el foro, la mayoría de ellos musulmanes, que históricamente han encontrado en el “usurpador ente sionista” el chivo expiatorio por excelencia para distraer la atención de los abusos que suceden puertas adentro de sus propios países.
Ser parte del CDH es visto naturalmente por los dirigentes de un país como un atributo de prestigio nacional. Lamentablemente solamente algunos círculos selectos lo consideran un organismo payasesco y sobrevalorado, pues lo cierto es que la mayoría de las personas, que no tienen porqué saber de política internacional, ignoran el malogrado desempeño de la ONU en este campo. Volviendo a las premisas, el costo que tiene un Estado para acceder al CDH es virtualmente nulo. Primero, porque cualquier miembro tiene abierto el acceso sin importar cuanto atente contra los mismos principios que se proponga enarbolar, y porque no existe ningún “policía” supranacional de los derechos humanos que le impida participar. Segundo, dado que los miembros no pueden ser reelectos luego de servir dos términos consecutivos (seis años), se entiende que la rotación está asegurada. Tercero, siendo que las bancas se organizan a razón de que todas las áreas geográficas estén representadas (aun cuando la democracia no prevalezca en la mayoría de estas), todo Estado tiene el potencial de hacerse eventualmente con un lugar sin tener que invertir mucho en persuasión. Como resultado el quid pro quo funciona a la perfección.
Lo esclarecido por WikiLeaks, que además fue publicitado por UN Watch, muestra que pese a cometer violaciones a los derechos humanos, para Arabia Saudita acceder a banca en el CDH es una pavada. Como muestran los cables citados, para obtener los votos que le permitieron convertirse en portador de los derechos humanos en 2014 (hasta 2016), Riad negoció el “yo te voto, vos me votas” con países de otras regiones geográficas; justamente porque al pertenecer a otro bloque estas naciones no competían con Arabia Saudita. UN Watch cita a Rusia, México y Nigeria, pero de acuerdo con la fuente habría muchos pactos más. Personalmente pude encontrar cartas que si bien no proponen intercambiar votos, apelan a la buena voluntad de Argentina y Uruguay para que voten por los sauditas. En estas circunstancias interpretar la carta como un pedido de “favor por favor” tiene sentido, y es probable que el mismo sea devuelto más adelante. Desafortunadamente en este momento no podemos corroborar quien votó por quien porque los comicios para el CDH, efectuados en la Asamblea General, son secretos.
En añadidura, dado que Arabia Saudita cuenta con una billetera sin fondo gracias a su multimillonario patrimonio en riquezas fósiles, puede darse el lujo, como sugiere un cable, de destinar cien mil dólares a “la campaña de elección” en el CDH. Desde luego, como lo marca Hillel Neuer de UN Watch, dado que no hay anuncios televisivos que emitir para promocionar las candidaturas en la ONU, todo apunta a que esto es un eufemismo para decir sobornos, posiblemente, si se permite la conjetura, a delegados extranjeros. Ante la pesquisa de un periodista, quien preguntó si existe “un sistema” para contemplar este tipo de llamémosle “inversiones” por parte de actores estatales, un representante de la ONU optó por no emitir comentario.
En fin, el ejemplo expuesto que inculpa a los sauditas difícilmente sea el único. Por lo establecido anteriormente me inclino a pensar que otros países han alguna vez aventurado “campañas” similares en el pasado. El soborno, el “favor por favor”, y el quid pro quo parece en un sentido general ser una práctica habitual en la puga diplomática por obtener bancas en los foros y organismos.
Por último, como nota de color, se dio a conocer que el príncipe saudita Alwaleed bin Talal, 34 en el puesto de las personas más ricas del mundo y miembro de la familia real, decidió donar 32 mil millones de dólares a caridad. Pretendidamente inspirado por el ejemplo de Bill Gates, el dinero del príncipe Alwaleed sería utilizado para “fomentar el entendimiento cultural, empoderar a las mujeres y proporcional alivio vital para desastres”. El hecho de que el anuncio se produjera una semana después de que WikiLeaks publicara los cables sauditas es por supuesto pura coincidencia.